La iniciativa ‘México canta por la paz y contra las adicciones’ es valiente, necesaria y profundamente significativa, impulsada por una presidenta que entiende el poder de la cultura como una herramienta real de transformación. Claudia Sheinbaum ha demostrado con hechos su compromiso con las familias mexicanas y con un país que necesita nuevas narrativas para sanar.
El voto de confianza que ha brindado a la industria musical no es un gesto decorativo: es una apuesta seria por el cambio. Y como tal, debe ser correspondido con acciones, no con discursos oportunistas ni con quienes solo buscan salir en la foto. Su liderazgo no impulsa la censura —ella misma lo ha dejado claro—, sino el derecho a abrir más canales para contar otras historias. Porque podemos decir lo que sea, sin afectar.
Por eso resulta llamativo —y contradictorio— que entre los promotores de esta cruzada figure Isael Gutiérrez, presidente de Music VIP y mánager de Grupo Firme, agrupación que ha promovido por años el exceso, la exaltación del alcohol y letras misóginas como “en tu perra vida”. Y no es el único: hay empresarios y ejecutivos de disqueras en ese grupo que, durante años, recibieron carretadas de billetes por producir y comercializar contenidos que glorifican la violencia. Hoy, muchos de ellos aparecen como portavoces del cambio… sin una pizca de autocrítica.
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Pero este asunto no nació de la nada. Fue un fenómeno social construido por años, que se potenció con lo que toda una generación vio en televisión. Series producidas por encargo, como las de Epigmenio Ibarra a través de Argos, dieron rostro, nombre y hasta virtudes a los capos del crimen organizado. Desde la ficción, se les convirtió en modelos aspiracionales. Se les hizo humanos, entrañables… incluso admirables. Y hoy vivimos las consecuencias de esa romantización sostenida.
En contraste, hay participaciones que le dan verdadero valor al proyecto. Horacio Palencia, por ejemplo, representa una nueva generación de compositores atentos a lo que vive la sociedad y dispuestos a usar su talento para sanar a través de la música. Lo mismo ocurre con Poncho Lizárraga, líder de la Banda El Recodo, una figura que ha demostrado con trayectoria y coherencia que es posible hacer música popular con responsabilidad y sentido social.
Por eso este movimiento no debe quedarse en un acto simbólico. Puede —y debe— ser el inicio de un cambio estructural. Porque más allá de concursos o canciones con mensaje, lo que urge es abrir el camino a nuevas voces. Que los artistas que sí quieren cantar a la vida, al amor y a la identidad mexicana tengan espacio, visibilidad y respaldo.
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Esta iniciativa, bien dirigida, no solo beneficia a la sociedad: le da también una oportunidad de redención y reinvención a la propia industria musical. Una industria que debe dejar de vender discursos de doble filo y asumir su responsabilidad como generadora de impacto cultural.
Sí, que suene la música. Pero que esta vez lo haga con congruencia, con verdad y al ritmo de un país que ya no quiere más ruido… quiere paz. Nos leemos la próxima, aquí donde quizá hablemos de ti.