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Eduardo, de 16 años, está a punto de sanar las quemaduras que sufrió en un brazo, mientras iba por tortillas para el puesto de tacos de su padre, ubicado a unos pasos de la estación del Metro Santa Marta.
Justo cuando caminaba por la calzada Ignacio Zaragoza, ocurrió la explosión y corrió para ponerse a salvo. La onda expansiva lo alcanzó ligeramente y le quemó un brazo y la parte trasera de su oreja.
Las marcas en su piel comienzan a desvanecerse, pero el peso emocional de lo ocurrido lo acompaña.“A veces sueño con el ruido, con el fuego”, confiesa, mientras ayuda a su padre a limpiar una de las mesas donde comieron unos clientes.
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¿Cómo enfrenta la comunidad el duelo tras la explosión del Puente de la Concordia?
Duelo colectivo. Como él, muchos vecinos enfrentan no sólo las secuelas físicas, sino un duelo colectivo. En el lugar exacto donde la pipa se volcó y explotó, el pavimento conserva manchas oscuras, como si el fuego hubiera tatuado su furia en la superficie. Los árboles cercanos, quemados, son testigos mudos de la catástrofe.
En esa misma área, un memorial espontáneo ha crecido con el paso de los días. Fotografías de las víctimas, algunas enmarcadas y otras pegadas con cinta adhesiva, se alinean junto a veladoras que los vecinos colocaron, aunque las lluvias recientes las apagaron.
Alguien colocó una cruz de metal de casi dos metros de altura, rodeada por un listón tricolor, flores empapadas y veladoras, observadas por las miradas curiosas de los automovilistas que pasan por esa zona del oriente de la capital.
Bajo el puente, los pilares de concreto se han convertido en lienzos improvisados: “Sus vidas honran nuestro recuerdo” y “En su memoria la luz permanece”, se lee en frases plasmadas con pintura que reflejan el sentir de una comunidad que intenta resignificar la tragedia.
¿Qué ocurre ahora en el Puente de la Concordia?
El Puente de la Concordia, antes un simple distribuidor vial, es hoy un memorial. Cada veladora, mensaje o persona que se detiene en el lugar recuerda que, aunque la vida sigue, las heridas del 10 de septiembre permanecen en el corazón de la comunidad.
En el sitio donde la pipa se volcó y explotó, el pavimento conserva las marcas del fuego. Los árboles quemados siguen ahí, como prueba del desastre.
Reanudan tránsito. En la curva del distribuidor, donde apareció una grieta —ya sellada por las autoridades capitalinas—, continúa el paso constante, aunque lento, de pipas, tractocamiones, transporte público y automóviles particulares.
Esa pendiente conecta con la autopista México-Puebla, y aunque el tráfico volvió, el recuerdo de la tragedia sigue latente en cada rincón del Puente de la Concordia.








