Fue en la década de los 60, cuando Joaquín Muñoz y su esposa, recién llegados de Chicago, Estados Unidos, decidieron abrir un pequeño taller de esferas de vidrio soplado
Jóvenes, adultos y niños se lanzaron entre si bolas enormes formadas de deshechos, quedando cubiertos por completo del barro, en una peculiar batalla campal