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Nos recostamos desnudos en la cama y me pidió que nos acurrucáramos de cucharita. Me abrazó y, mientras besaba mi espalda, me contó que estaba un poco triste porque ninguno de sus hijos pudo celebrar con él su reconocimiento.
De las palabras pasó a las travesuras, comenzó a pasear su mano por mi cuello, mis senos y mi abdomen, hasta que la metió por mi vulva. Me decía cosas bonitas, mientras repartía besitos en mi oreja y en mi cuello.
Sentí su miembro erecto picándome las pompis. Eché la mano hacia atrás para acariciárselo. Lo tenía bien duro.
Busqué un condón en el buró, mientras él se acomodó boca arriba. Se lo puse con los labios y empecé a chupársela.
Me recosté boca arriba, él acarició mi sexo y, después de besarme los labios entró en mí. Se movía despacio, pero a buen ritmo. No sé por qué a las personas de sesenta los catalogan de viejos, la verdad es que tienen mucho ímpetu.
Cogimos rico. Seguía un poco apachurrado porque nadie celebró con él sus 40 años de maestro. Esa noche recibí un mensaje suyo. Cuando llegó a casa, sus hijos le tenían preparada una fiesta sorpresa. Nueras, nietas y hasta su exesposa celebraron con él una vida dedicada a la docencia.







