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Por supuesto, terminó arriba de un ring, hizo el entrenamiento para convertirse en boxeadora, pero hubo un momento clave en su vida, alrededor de los 16 años, que le ofreció un cambio, una opción en la que se sintió verdaderamente ella.
“Cuando mi hermana Ana María tenía que irse de campamento como preparación de alguna de sus peleas, me encargaba su gimnasio. Entonces yo tenía que atenderlo, ponerle sus rutinas a los que iban a entrenar, y en ese momento fue que encontré que a mí lo que más me gusta del box es entrenarlo”, recuerda con satisfacción.

(Foto: Rosalí Huízar, El Gráfico)
En su pelea cotidiana por ser una Torres de excelencia, como ya lo eran sus dos hermanas mayores, Norma Ivonne halló un camino que, ahora, la pone en su lugar entre los entrenadores y mánagers mexicanos.
Descubrió gracias a su hermana Ana María su pasión por enseñar y cuidar de todos los detalles, de ayudar a sus pupilos a ser mejores atletas.
“Al principio, el mundo del boxeo me trató muy mal. Recuerdo que en la primera pelea como entrenadora me sacaron del pesaje porque los peleadores estaban en calzoncillos, casi desnudos”, recuerda entre risas.
“Para mí era normal. Yo quería estar pendiente de su peso, sin morbo”.
Sin embargo, en esta mejor versión de Norma Ivonne también hay anécdotas que le llenan el corazón, como aquella de cuando realizó su curso para ser entrenadora profesional.
“Éramos como 30, yo era la única mujer. Fueron varios meses de curso y al terminar, cuando te entregan la licencia, fue muy gratificante ser reconocida como la única mujer.
“Al principio, muchos de los boxeadores que llegaban a mi gimnasio, en Neza, cuestionaban mi capacidad para entrenar. Pero nunca me di por vencida. Al contrario, me daban más ganas de convencerlos para entrenarlos. Ahora me buscan, porque no hay diferencia entre un entrenador hombre y yo: mi único objetivo es que ganen mis peleadores”.
“ Muchos de los boxeadores que llegaban a mi gimnasio, en Neza, cuestionaban mi capacidad para entrenar”, mencionó Norma Ivonne.
