Aunque José Luis admite que entró por voluntad propia, también reconoce que la presión para cumplir con las órdenes era absoluta. “Si no lo haces, te matan”, menciona al describir el entorno en el que operaba.
Durante los cuatro meses de entrenamiento, experimentó su primera gran transformación emocional cuando, como parte de un ritual, le ordenaron desmembrar un cuerpo.
Este acto lo desensibilizó, marcando el inicio de una vida donde la empatía dejó de existir.
Entre 2011 y 2013, José Luis participó activamente en el cártel, cumpliendo misiones que iban desde cuidar la plaza hasta ejecutar personas. Su primer enfrentamiento con militares fue un momento traumático, donde presenció la muerte de compañeros cercanos.
Sin embargo, el asesinato de su comandante, junto con su esposa e hijos, fue el evento que lo impactó más profundamente.
“Rompieron todos los códigos”, dice, refiriéndose a las reglas no escritas de no involucrar a las familias. Este evento lo dejó con un resentimiento profundo y un compromiso reforzado con la violencia.
La lealtad y el respeto son valores que asegura haber mantenido, incluso en un entorno donde los códigos comenzaron a desmoronarse tras la muerte de líderes clave como Beltrán Leyva.
Aunque ha confesado carecer de remordimiento o empatía por sus acciones, José Luis también muestra un lado reflexivo.
“Que se den cuenta de que no es un juego, no es la mejor alternativa”, comenta, dirigiéndose a los jóvenes que podrían considerar seguir su camino.
Hoy, cumple una sentencia de 21 años en prisión. A sus 30 años, vive aislado, sin visitas y sin contacto con sus tres hijos, a quienes nunca conoció. Su único vínculo es con su padre, quien aún lo contacta. Dentro del penal, lava ropa para ganarse un ingreso.
Aunque parece haber aceptado su destino, sus palabras reflejan una mezcla de resignación y desafío. “Si me ofrecieran volver a entrar en el negocio, lo haría. Hubiera preferido morir en guerra”, asegura, dejando claro que no se arrepiente de su pasado.
La historia de José Luis es un recordatorio del impacto devastador de la violencia y del vacío que deja en quienes la viven y la perpetúan. Aunque él mismo se considera un psicópata, su testimonio sirve como advertencia sobre los costos humanos del crimen organizado. Para José Luis, su vida ya está definida, pero espera que otros comprendan que este camino no es la solución.







