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Osvaldo lleva años privado de la libertad por un proceso en el que fue señalado como integrante de la delincuencia organizada y confundido —según él— con un integrante de un cártel.
Su historia es la de un hombre cuya vida se vio envuelta en acusaciones graves, en un contexto donde su propio pasado, su entorno y sus decisiones pueden prestarse a interpretaciones contradictorias.
Antes de su detención, Osvaldo describe una vida marcada por altibajos personales: relaciones complicadas, cambios constantes de trabajo y un carácter impulsivo que, reconoce, lo llevó a tomar decisiones que no siempre fueron prudentes.
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No se presenta como alguien perfecto; admite errores, amistades problemáticas y periodos donde se movió cerca de ambientes de riesgo.
Sin embargo, sostiene que nunca perteneció a un grupo criminal y que su detención se basó más en una confusión, que de una investigación sólida.
El día de su captura –relata– fue sorprendido por autoridades que lo identificaron como un objetivo prioritario. Desde entonces, su caso ha estado atravesado por elementos que él considera inconsistentes: fotografías con personas que no conoce, testimonios que —según afirma— no coinciden entre sí, y la construcción de una narrativa oficial que lo relaciona con una estructura criminal sin que, a su juicio, existan pruebas contundentes.
Reconoce que su apariencia física y su estilo de vida en ese momento pudieron haber alimentado sospechas.
CONVERSIÓN
Dentro de prisión, Osvaldo afirma que la experiencia lo obligó a confrontarse a sí mismo. Habla de los primeros meses como un periodo de shock: el encierro, la incertidumbre legal, la falta de información y la sensación de que su vida había sido redefinida en cuestión de horas.
Con el tiempo, dice, se adaptó al ritmo del penal. Ha trabajado, ha estudiado y ha intentado mantenerse estable emocionalmente, aunque reconoce que nada reemplaza la libertad ni la ausencia de su familia.
Uno de los aspectos que más subraya es la distancia emocional que surgió entre él y su entorno. Su madre falleció mientras él estaba preso; su hija dejó de contestarle el teléfono por un largo periodo. Esa fractura familiar, dice, marca más que la sentencia misma.
Según él, la cárcel expone no solo los errores, sino también las pérdidas que no se pueden reparar. En términos legales, su caso permanece complejo. Continúa insistiendo en que fue un error de identidad que escaló sin control.
Asegura que las pruebas no lo sitúan directamente en los hechos de los que se le acusa y que su captura fue consecuencia de una presión institucional para mostrar resultados.
Sin embargo, su expediente incluye elementos serios que deben analizarse cuidadosamente, lo que convierte su caso en uno donde la certeza no es simple.
Hoy, Osvaldo se muestra reflexivo. No busca presentarse como héroe ni víctima absoluta.
Su narrativa mezcla errores personales, cuestionamientos internos y críticas al proceso que lo mantiene preso.
Su historia revela la complejidad de un sistema donde verdad, percepción, prejuicio y evidencia no siempre avanzan al mismo ritmo.








