Agustín lleva 23 años en prisión, cumpliendo una sentencia por secuestro, resultado de una vida marcada por decisiones impulsivas, adicciones y una infancia difícil.
Nacido en un entorno disfuncional, creció sin la figura de su padre, mientras su madre trabajaba arduamente como costurera para sostener a su familia.
La ausencia de estructura y la necesidad de afecto lo llevaron a buscar una identidad en las calles, uniéndose a malas compañías desde los 9 años.
A los 22 años, influenciado por su cuñado, comenzó a consumir cocaína, un hábito que lo dominó rápidamente. La droga alimentó su comportamiento impulsivo y lo condujo a actos delictivos cada vez más graves.
A los 19 años, participó en su primer robo a gran escala, utilizando un arma que, según él, le daba poder.
Su implicación en el crimen escaló cuando aceptó participar en secuestros, un giro que marcó un punto sin retorno en su vida.
Uno de los episodios más traumáticos ocurrió cuando secuestraron a un niño de 11 años.
Agustín fue asignado a cuidarlo, pero el operativo fue interrumpido por la policía.
Durante la persecución, usó al niño como escudo para escapar, corriendo con él por el monte durante un día y medio antes de dejarlo en una iglesia.
Poco después, fue arrestado, torturado para confesar y enviado a prisión, donde las consecuencias de sus decisiones comenzaron a cobrar factura.
En prisión, Agustín consumió crack durante siete años, hundiéndose aún más en su adicción.
Llegó al extremo de mentirle a su madre diciéndole que debía dinero y que lo iban a matar si no lo pagaba.
Desesperada, ella vendió su casa para ayudarlo, un sacrificio que lo llenó de culpa.
Un momento crucial ocurrió cuando, bajo el efecto de las drogas, estuvo a punto de matar a un amigo. Esa experiencia lo sacudió profundamente y lo llevó a desintoxicarse.
Pasó tres semanas enfrentando sus demonios hasta dejar el consumo. La relación con su madre, quien sufrió un infarto pero sobrevivió, fue otro motor de cambio.
“Haz las paces con tus hermanas y perdónate”, le dijo ella, palabras que lo impulsaron a trabajar en el perdón hacia sí mismo.
Su participación en Alcohólicos Anónimos durante los últimos 16 años ha sido clave en su proceso de redención.
Hoy, Agustín vive con una filosofía simple pero poderosa: “Vive por 24 horas y responsabilízate de tus acciones”.
Aunque reconoce que merece su sentencia, también busca expiar sus errores mediante la reflexión y la aceptación.
Agustín le pidió perdón al niño que secuestró, una acción que simboliza su deseo de reconciliarse con el daño que causó.
Su historia es un testimonio de las consecuencias devastadoras de las malas decisiones, pero también de la capacidad de cambio cuando se asumen responsabilidades.







