Luis Felipe nos platica que se encuentra a horas de ser enviado a Estados Unidos, donde enfrentará un proceso federal por delitos relacionados con narcóticos y conspiración.
Su historia, sin embargo, no comienza con la detención, sino con una vida marcada por migración, rupturas familiares, decisiones precipitadas y un constante cruce entre dos países que lo han moldeado y también quebrado.
Nació en Culiacán, Sinaloa, y migró a Estados Unidos siendo un niño. Cruzó indocumentado acompañado por un familiar, dejando atrás a su hermano y llegando a un país donde sólo conocía a su madre.
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El choque cultural fue inmediato: no hablaba inglés y lo dejaban dos horas extra en la escuela para aprender el idioma.
Su mamá trabajaba en limpieza; él, como muchos niños migrantes, creció entre ausencias, precariedades y la necesidad de adaptarse rápido.
Terminó la preparatoria, pero se describe a sí mismo como “rebelde”. Con su hermano decidió dejar los estudios y entrar a la construcción. A los 19 años cayó en prisión en Estados Unidos por posesión con intención de venta.
Cumplió su sentencia y fue deportado por primera vez. Tiempo después, en 2014, comenzó a cultivar marihuana en California, donde la regulación era ambigua: existían permisos médicos para sembrar, pero la legalización total aún no llegaba.
Él y otros cultivadores se movían en un terreno gris donde la ley podía voltear en cualquier momento.
Tenían 94 plantas —legalmente podían tener hasta 99 bajo dos permisos— pero aun así fueron detenidos. Según su versión, hubo corrupción en ambos lados de la frontera. Lo sentenciaron a ocho años y, tras apelaciones, terminaron dándole tres.
El proceso federal en Estados Unidos lo obligó a cumplir el 85% de su condena. La recepción en prisión fue dura: salidas limitadas, celdas compartidas, esperas prolongadas antes de saber a qué prisión sería enviado.
Eventualmente fue trasladado a un “camp”, un espacio al aire libre con menos restricciones. Al terminar su sentencia lo deportaron nuevamente. Regresó a Culiacán, donde hablaba inglés y español con fluidez.
NUEVA OPORTUNIDAD
Con el tiempo se reencontró con su esposa y juntos intentaron reconstruir una vida lejos del ciclo de detenciones y deportaciones. Remodelaron una casa, planearon regresar a Estados Unidos y, después de intentarlo, la distancia terminó separándolos.
Él recibió un documento que le prohibía volver por 20 años; intentarlo volverían a privarlo de su libertad otra vez. Dos años después, decidió cruzar de nuevo, esta vez en un barco usado por pescadores experimentados.
Era más costoso y riesgoso, pero, según dice, con menos posibilidades de ser detenido. Lo volvieron a deportar tras una alerta que, sospecha, provino de alguien a quien debía dinero.
Durante la pandemia quedó varado en Tijuana casi nueve meses esperando otra oportunidad para cruzar. Lo detuvieron tras una investigación de la DEA y la Interpol, acusado de asociación delictuosa y distribución de drogas, incluyendo fentanilo.
Asegura que nunca se escondió y que vivió tres años a minutos de la frontera. Su mayor preocupación al ser detenido no fueron las acusaciones, sino sus perros bulldogs. Dice que incluso se hubiera entregado voluntariamente sólo por asegurar que quedaran a salvo.
Ahora enfrenta un posible escenario de 15 años en Estados Unidos. No se opone a la extradición: cree que allá podrá pelear su caso y estar más cerca de su familia. Su hermano también está privado de su libertad en Estados Unidos. Para él, ese es el punto central: “No hay como estar cerca de tu familia”.








