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En los empleos mencionados en este recuento no hay lugar para el error, por eso es importante estar dispuesto y poner atención a la hora de demostrar habilidades, pues cualquier paso en falso seguro que pone en juego sus vidas.
Estos especialistas se dedican a extraer el veneno de reptiles, el ingrediente principal de los antídotos utilizados contra sus mordeduras, además de emplearse para conseguir otros medicamentos. Esta sustancia tóxica puede convertirse en un polvo deshidratado que los laboratorios usan para producir fármacos contra coágulos de sangre, ataques cardiacos y la presión arterial elevada. Oprimen la boca abierta del reptil contra un recipiente de plástico para extraer su veneno.

(Foto: Especiales)
El volcán Kawah Ijen se encuentra en Jawa y su altura es de 2 mil 600 metros. Los residentes locales trabajan allí sin ropa protectora ni máscaras antigás. Dentro de un respiradero volcánico activo, explican, se encuentra un lago sulfúrico y deben extraer trozos de azufre durante todo el día, con sus propias manos y un pañuelo que les “ayuda” a no respirar sustancias nocivas. Pese al peligro, la ganancia es mínima.

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Los científicos, aquellos que luchan contra la malaria, deben estudiar los hábitos de determinados mosquitos. En Brasil, por ejemplo, arriesgan su propia seguridad y se ofrecen como “cebo humano” para atrapar mosquitos en sus brazos y analizar lo que sucede después. Por tal motivo estar constantemente siendo picado por varios de estos insectos no solo requiere de mucha paciencia y resistencia al dolor, sino también involucra un gran riesgo de contraer alguna enfermedad infecciosa e incluso mortal.

(Foto: Especiales)
Estudian los volcanes activos e inactivos para conocer su formación y poder así prever futuras erupciones. Sin duda, ser vulcanólogo puede ser un trabajo muy excitante, pues la mayor parte del tiempo hacen estudios de campo, por lo que están en contacto directo con lava, sustancias químicas, gases venenosos y el riesgo de caídas mortales o de ser golpeados por rocas y material incandescente presente durante una erupción.

(Foto: Especiales)
Pueden ser investigadores, científicos, ingenieros e incluso fotógrafos. Todos ellos buscan captar datos sobre un fenómeno meteorológico y grabarlo de una forma sin precedentes. La carrera para rodear uno de estos eventos se realiza por tierra y por aire. Ir detrás de ellos significa enfrentarse no solo a fuertes vientos, sino también a las estructuras que se arrancan del suelo (como pedazos de madera y de construcción, clavos, alambre de púas y animales) y que pueden volar a más de 300 kilómetros por hora.

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Temperaturas de -20 ºC, olas de más de 10 metros y vientos de 160 kilómetros por hora. Esas son las condiciones de los pescadores de cangrejos de Alaska, en el estrecho de Bering. Durante las frenéticas jornadas de trabajo, de turnos de más de 20 horas, existe el riesgo de ser golpeados por una oscilante trampa de acero para cangrejos de 318 kg. O accidentarse con las redes, las sogas y el equipamiento pesado. Los pescadores llevan ropa interior térmica y guantes con triple capa de PVC. El 80% de los fallecimientos ocurren por ahogamiento.

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En la Depresión de Danakil están los Afar, reconocidos por su extrema tolerancia al clima cálido. Una de sus actividades tradicionales es la extracción de sal pero la temperatura en el desierto puede llegar hasta los 50°C, una de las más altas del mundo. La mayoría de sus pobladores aprenden el oficio durante la infancia y lo desarrollan toda su vida.

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Este oficio es considerado de alto riesgo debido a la gran posibilidad de sufrir caídas mortales. Las personas que lo hacen están suspendidas con arneses a partir de los 15 hasta cientos de metros de altura.

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Son parte de los equipos de rescate en el mar y en las montañas. El trabajo es peligroso debido a la necesidad de operar en condiciones climáticas extremas y en lugares remotos. Su intervención, sin duda, hace la diferencia entre la vida y la muerte, pues es un medio más rápido, a diferencia de cualquier otra unidad de rescate terrestre. Lidian con el ruido de las hélices y deben de realizar todo tipo de maniobras. Los salvavidas de helicóptero pueden ganar hasta 80 mil dólares al año, más de un millón y medio de pesos.

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Estos trabajadores ya no se llaman fareros, ahora son técnicos de sistemas de ayuda a la navegación.

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