
Unos 40 burros cuyos nombres, como Kadife (Terciopelo), Gaddar (Cruel) o Cefo (Indulgente), fueron bautizados según su personalidad, suben y bajan todos los días las cuestas de la ciudad.
Guiados por agentes municipales, transportan las bolsas de basura depositadas por los habitantes frente a sus casas.

“Tienen estatuto de empleado municipal”, dice Toparli. “Trabajan como nosotros, ocho horas diarias, con una pausa en medio de la jornada”.
Reclutados a los seis años, los burros de Mardin se jubilan a los 14 o 15 años. Incluso, se les hace una ceremonia con una bandeja de sandía que se les brinda a modo de pastel.
Los animales retirados son transferidos a un refugio donde pueden disfrutar de un merecido descanso.

Por la noche, tras los largos recorridos que hacen, los burros son llevados a los establos, donde los cuidadores les ponen música clásica. Además, dos veterinarios los visitan regularmente. Los animales tienen sus preferencias musicales: “Vemos que se alegran cuando ponemos algo de Beethoven”, dice Toparli.
“Son también animales muy inteligentes, cada uno conoce de memoria su sector. A menudo no hace falta guiarlos para que regresen a su establo”, comenta el responsable.







