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Te acercas a mí despacio y me tomas por la cintura. Te acercas a mi cuerpo y siento tu miembro bien parado y, después, tus labios besándome apasionadamente. Me estremezco. ¡Qué ganotas de cogerte allí mismo! Lástima que en el agua no sean seguros los condones.
Me tomas de la cintura y me levantas en el aire. Pongo mis manos en tus bíceps ¡Caramba! Estás fuerte. Me llevas a la orilla de la alberca y me sientas allí, separas mis piernas y empujas mi torso suavemente para que me recueste. Miro al techo cuando siento tu boca en mi sexo.
Me lo comes deliciosamente. ¿Cómo aprendiste a lamer así? Paseas tu lengua por los contornos de mi sexo depilado y luego concentras tus besos, lamidas y succiones en mi clítoris.
Estoy tan excitada, que clavo mis uñas en tu melena y te ruego que no pares. Siento el orgasmo desbordarme.
Sales de la alberca, me tomas de la mano y me ayudas a levantar para llevarme a la cama. Allí me tumbas y vuelves a comerme el sexo, mientras te pones un condón. Acabamos en un sesenta y nueve delicioso.
Después, me abres las piernas y me la metes de golpe. Me haces el amor tan duro que los muebles crujen. Me mueves, me usas, me acomodas en varias posiciones antes de explotar y llenar el condón con una espectacular corrida. Sonrío mirando al techo y te pregunto: “¿Volvemos a la alberca?”
Hasta el jueves, Lulú Petite.







