Sentí tu cuerpo pegado al mío, también desnudo. Sentí tu brazo rodearme, tus labios en mi cuello, tu respiración en mi oído, mientras me decías al oído cosas bonitas.
Sentí tu miembro rozándome las nalgas. Sentí, también, tu lengua lamiendo mi cuello, tus labios besando mi mejilla, volteando mi cara hacia la tuya hasta robarme un beso.
Sentí tu lengua en mi boca y tu sexo duro, delicioso, erecto rozando la piel de mis nalgas. Lo sentí colarse por momentos entre ellas.
Te sentí palpar mi abdomen antes de hundirte más entre mis piernas y meter, sin piedad, tus dedos en mi sexo. Sentí tu respirar agitado, tu otra mano en mis pezones apretándolos con fuerza. Gemí. Mi piel se estremeció durante el contacto con la tuya.
Tu miembro, duro, jugoso, grueso y delicioso ya jugueteaba entre mis piernas y te movías como serpiente, paseándolo por mis pliegues. De pronto entraste. Tu penetración me sacudió. ¡Qué delicia!
Empalada, te sentí moverte. Poseyéndome, apretaste mis senos, me estiré cuando sentí que el orgasmo venía, volteé la cara y encontré tus labios. Me perdí en un beso mientras el orgasmo reventó en mi sexo empapado. En ese momento, desperté.
Estaba solita en la cama. Aún desnuda y palpitándome entre las piernas ese orgasmo soñado. No habías llegado. Vi la hora en el teléfono y justo en ese momento tocaste a la puerta. Abriste. Estaba lista para cogerte y seguía con ganas.
Hasta el jueves, Lulú Petite.
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Te sentí recostado a un lado mío. Traté de voltearme para saludarte, pero lo impediste...”