No es mi único cliente con fetiches. Muchos tienen obsesión con los pies. Hay varios que les gusta besármelos y uno que le encanta que lo masturbe con mis patas.
Una vez atendí a un tipo que se pasó toda la hora jalándosela y lamiéndome las axilas. Al final, su masturbación acabó en un tremendo chorro de semen que dejó empapado el colchón.
Hay un cliente que me pide siempre que me masturbe y toque frente a él, quien desde un sillón, jala su miembro hasta terminar.
Otro que me pide que lo amarre y que apriete fuerte los nudos. Uno me pidió que lo montara y, cuando estaba cerca de venirse, me exigió que lo ahorcara, que le apretara el cuello con fuerza.
A un señor le gusta que, mientras se la chupo, apriete sus pelotas con mis uñas, fuerte. A un tipo, ya medio viejito, que no le gusta platicar, se desnuda, me desnudo, cogemos, pero sin dirigirnos la palabra más que lo esencial.
Una vez me tiré a un tipo con una máscara de luchador. Según él, le daba miedo que lo reconociera. También atendí una vez a un cliente que se sentía estatua. Me pidió que se la chupara, que lo masturbara, que lo montara hasta acabar, pero él no movía ni un músculo, sólo me veía con morbo.
Hay toda clase de fetiches, pero lo que sí, de plano, no soporto y pululan, es a quienes al coger quieren hablar de política. No, no, no. Eso sí me mata de hueva. No lo hagan.
Hasta el martes, Lulú Petite