Hay historias que no se cuentan fácilmente. Que arden en la conciencia y duelen en lo profundo. Historias que de México que muchos prefieren ignorar. Una de esas historias es la del Angelito Negro, el culto que estremeció al país tras la trágica muerte de dos policías en el estado de Hidalgo, dentro de lo que parecía ser un templo dedicado a fuerzas oscuras. Lo que en un principio parecía un hecho aislado y macabro, terminó revelando una realidad mucho más profunda, compleja… y perturbadora.

En medio del dolor y , surgió un nombre: Martín Óscar Pelcastre, conocido como el Obispo Negro. Fundador del culto al Angelito Negro, Pelcastre no ofrece redención, sino pactos. Sus seguidores no buscan perdón… buscan poder. Lo hacen desde la desesperación, desde el olvido, desde las sombras donde ya no llegan ni la fe ni el Estado. Cabe aclarar que él y su grupo no tuvieron relación alguna con la muerte de los policías; se trata de un caso completamente ajeno a la realidad que vive Martín.

Y, sin embargo, no fue producto de un ritual elaborado ni de una doctrina construida con años de teología oscura. No. Todo comenzó con un maniquí infantil. Pelcastre, en un acto aparentemente casual, pintó de negro esa figura inerte, dándole forma con cada pincelada hasta convertirla en algo más: un pequeño ser de apariencia inquietante. Al observarlo terminado, decidió colocarlo en un rincón del Mercado de Sonorita, en Pachuca, Hidalgo —un lugar conocido como la “catedral” de la Santa Muerte y del Angelito Negro.

Lo que sucedió después fue inesperado. Fortuito. La gente comenzó a acercarse a esa figura oscura. Primero por curiosidad, luego con respeto… y pronto, con devoción. Empezaron a pedirle favores, a dejarle ofrendas, a verlo no como un simple maniquí, sino como una entidad con poder. Sin proponérselo, Pelcastre había creado un símbolo. Y así nació el Angelito Negro.

Durante años, el culto creció en silencio, al margen de todo. En pueblos olvidados por el sistema, entre personas que han perdido la esperanza y que ya no creen en promesas vacías. En esos lugares, el Angelito Negro no es una aberración: es una opción. Una forma de responder al vacío espiritual y existencial que los rodea. Es el síntoma de un país fracturado, donde el abandono se convierte en terreno fértil para lo impensable.

Y aunque parezca increíble, ha logrado atraer a cientos, quizá miles de personas, que se acercan a su templo no para orar… sino para pactar. Para ofrecer algo a cambio de favores. Para encontrar sentido en una vida sin rumbo.

El culto, por supuesto, ha sido duramente criticado por autoridades y sectores de la sociedad. Pero más allá del morbo o la indignación, este caso nos enfrenta a una verdad incómoda: hay un México roto, dolido, invisibilizado, que está dispuesto a abrazar cualquier forma de poder, incluso si viene envuelto en oscuridad. Un México que se siente abandonado por el Estado. Y en ese desamparo, figuras como el Obispo Negro encuentran eco, fuerza… y seguidores.

Lo que nació en silencio y creció en las sombras está a la vista de todos. Y lo más importante no es volverlo a ignorar. Porque lo que Pelcastre representa no es solo un culto oscuro. Es un reflejo. Una advertencia. Un síntoma de que, si no se atienden las raíces del abandono, seguirán naciendo más angelitos negros en los márgenes de nuestra sociedad. Porque cuando la luz no llega… la oscuridad ofrece sus propias respuestas. Y al parecer, son más afectivas.

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