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“Ya en el taxi, una señora me hizo la parada muy desesperada. Entonces, me detuve y en vez de decirme a dónde iba, me dijo: ‘Señor, ese es mi gato. ¿Me lo puede dar?’
“Por dentro pensé: ‘qué onda, ¿por qué no se atravesó por él?’. “A ver, cómo se llama y me dijo: ‘Diego’. Ella le llamó por su nombre y la reconoció. La señora estaba cojita.
“Eso me dio ternura y le pedí que se subiera al taxi, y la llevé a su casa. Ella se bajó y me invitó a pasar.
“Ya dentro me contó que me daría una recompensa. Yo pensé que era dinero, pero fue algo mejor, una comida muy rica: sopa y luego tortas de papa con agua natural y una manzana”. Fue una deliciosa recompensa.
“La señora Isabel vive sola con ‘Diego’, que es su única compañía. Entonces, me sentí bien por la buena acción, que hizo feliz a la mujer y que, de paso, me ahorró la comida.
“Para muchos será algo insignificante, pero ese día no sólo salvé la vida del gato, sino que le evité el sufrimiento a su dueña”, concluye.
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