Jafet es un hombre que, a los 21 años, comenzó su vida laboral con el deseo de mantener a su hija recién nacida. Dejó sus estudios en aviación para trabajar como mesero y luego como ayudante en el transporte público.
Poco a poco, gracias a su empeño, llegó a administrar una flotilla de taxis. Su ascenso fue rápido y, con él, también crecieron las tensiones y responsabilidades dentro de un sector históricamente controlado por intereses políticos y sindicales.
En 2006, durante un conflicto entre transportistas de Cuautitlán e integrantes de un grupo proveniente de Ecatepec, se desató una riña masiva. Jafet y sus compañeros, superados en número, se enfrentaron para defender sus sitios de trabajo. El enfrentamiento derivó en la quema de vehículos y destrozos materiales. Las autoridades detuvieron únicamente a los conductores locales y dejaron impunes a los agresores externos.
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Pocos días después, Jafet fue detenido mediante una emboscada, golpeado y acusado de daños a propiedad ajena.
Aunque el delito no involucró víctimas mortales, fue procesado y enviado al penal de Cuautitlán, Estado de México.
Durante su detención, denunció haber sido golpeado y torturado. En prisión recibió una sentencia de nueve años y tres meses, pero permaneció encarcelado casi dos años, hasta que su familia logró reunir dinero para su defensa y obtener su libertad.
Durante su tiempo en prisión, Jafet vivió de cerca las desigualdades del sistema penitenciario.
En su testimonio relata cómo los recién llegados eran golpeados, extorsionados y obligados a pagar por protección.
Él mismo pidió ser trasladado a población general, donde conoció a personas que lo ayudaron a adaptarse.
Asumió responsabilidades dentro del penal —como el aseo de los baños— y aprendió a valorar la solidaridad en contextos extremos. También se enfrentó a la realidad de cientos de personas encarceladas injustamente o por delitos menores.
Su familia sufrió las consecuencias económicas y emocionales de su encarcelamiento. Su esposa tuvo que vender todas sus pertenencias para pagar abogados que los estafaron, y su madre se convirtió en su principal apoyo.
Jafet reconoce que la experiencia lo transformó profundamente: de ser un joven impulsivo y combativo pasó a comprender el valor de la empatía y la responsabilidad.
Hoy, en libertad, Jafet se define como un hombre que busca retribuir lo aprendido. Lidera proyectos de transporte y participa en iniciativas sociales que apoyan a personas privadas de la libertad.
Aunque no olvida lo que vivió, afirma haber encontrado propósito en la reconstrucción personal y en la defensa de quienes enfrentan injusticias similares a la suya.
Su historia refleja la del ciudadano común atrapado entre la corrupción, la violencia y la falta de garantías judiciales, pero también la posibilidad de transformar una experiencia de encierro en una causa de vida.