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Trabajó incansablemente como "el médico de los pobres". Usaba sus conocimientos de medicina tradicional para curar a quien lo necesitara, sin cobrar un peso. Montó orfanatos para niños abandonados y transformó parte del convento en un hospital para quienes no podían pagar atención médica. Incluso cuando la peste azotó Lima, él estuvo en primera línea atendiendo a los enfermos.
Lo más revolucionario de Martín fue su manera de ver el trabajo. Para él, no había trabajo indigno: barría los pisos, limpiaba los baños, cuidaba el jardín y atendía a los enfermos con la misma dedicación. Decía que todo trabajo honrado dignifica, y que servir a otros es servir a Dios.
¿Y qué nos enseña hoy San Martín? Que la verdadera santidad está en luchar por la justicia desde donde estemos. Que no necesitamos poder o dinero para hacer la diferencia. Que cada uno de nosotros, desde nuestro trabajo diario, podemos construir un mundo más justo.
Su ejemplo nos recuerda que la dignidad no la da el dinero ni el poder, sino cómo tratamos a los demás. Que el trabajo honrado, sea cual sea, merece respeto. Y sobre todo, que la justicia social no es solo una frase bonita, sino algo por lo que hay que trabajar todos los días.
Hoy, cuando vemos tanta desigualdad y discriminación, el ejemplo de San Martín de Porres sigue más vigente que nunca. Nos enseña que la verdadera revolución empieza por cómo tratamos a los demás, por defender la dignidad de todos, y por no quedarnos callados ante la injusticia.
San Martín es el santo del pueblo trabajador porque fue uno de nosotros. Entendió nuestras luchas porque las vivió. Y nos mostró que, con trabajo honrado y solidaridad, podemos construir un mundo más justo para todos.