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Dos horas antes de que empezara, podían verse desde Rectoría largas filas de personas que esperaban recibir de forma gratuita lentes con filtro especial de protección para ver el eclipse; junto con ellas, cargaban bolsas con desayunos, cafés, sombrillas, sillas y estaban acompañadas por sus lomitos.
“En 1991 el cielo se oscureció totalmente. Los pajaritos empezaron a cantar, los perros ladraban muy fuerte. (…) La naturaleza es impresionante y quiero enseñarles a mis nietos estos eventos porque la alineación de la Luna con el Sol y la Tierra es maravillosa, es inexplicable. Estamos muy contentos de andar por acá”, dijo en una plática con EL UNIVERSAL Jaime Sánchez, de 60 años, quien en su juventud presenció el eclipse total desde el centro de la CDMX y hoy trajo a su familia y nietos a ver el espectáculo por segunda vez en su vida.
Antes del eclipse solar anular, los doctores Jesús González y José Franco proporcionaron una introducción sobre el mismo y con el apoyo de voluntarios, se orientó al público sobre cómo observarlo de forma segura mediante métodos indirectos.
Para las once de la mañana con diez minutos, cuando el eclipse alcanzó su máximo punto de cobertura solar de 70 por ciento, miles de aplausos resonaron en las instalaciones de la que es considerada como la mejor universidad de la República Mexicana.
“¡Bravo!, bravo!”, festejaron las abuelas, los padres, niños y jóvenes, mientras el cielo del casi medio día de este sábado se tornaba de colores azules a grises.
411 años han pasado del primer eclipse del que se tenga registro ocurrido en 1611 y espantó a todos en la Ciudad que corrieron y se encerraron.







