Nadie imaginaba que detrás de una luchadora del ring y madre de familia, con sonrisa fingida y voz amable, se ocultaba uno de los asesinos seriales más escalofriantes en la historia del país. Esta es la historia de Juana Barraza, conocida como una mujer que entraba en confianza, saludaba con cortesía… y luego asesinaba sin piedad.

Juana nació el 27 de diciembre de 1957, en Hidalgo. Desde el inicio, su vida fue una historia de dolor. Fue de abandono y abuso por parte de su madre, una mujer alcohólica que, según testimonios, la entregó a un hombre a cambio de unas cervezas cuando apenas era una niña. Juana sufrió abusos sexuales durante años, quedó embarazada a temprana edad y enfrentó la vida sola, sin estudios y con un corazón lleno de resentimiento.

Ese dolor profundo, esa herida fue el origen de algo más oscuro. A pesar de sus carencias, Juana halló una forma de escapar del mundo: la lucha libre. Se convirtió en luchadora profesional bajo el alias de La Dama del Silencio, una figura enmascarada que, irónicamente, proyectaba fortaleza y justicia en el ring. Pero fuera del cuadrilátero, gestaba un crimen tras otro.

Entre finales de los años 90 y principios del 2000, una serie de asesinatos comenzó a inquietar a la policía de la Ciudad de México. Las víctimas eran mujeres mayores de 60 años, todas encontradas en sus hogares, muertas por asfixia o estrangulamiento. En muchos casos no hubo robo evidente; en otros, faltaban pequeños objetos de valor. Pero lo más inquietante era el patrón: las víctimas vivían solas, y la puerta de sus casas no mostraba señales de violencia.

La capital mexicana entró en pánico. La prensa pronto le dio un apodo que heló la sangre de toda una nación: “La Mataviejitas”. La policía, desbordada por la presión pública, llegó a elaborar retratos hablados contradictorios y detuvo a inocentes. Las hipótesis fueron muchas, incluso llegaron a sospechar de un asesino múltiple o una red criminal.

Pero la verdad era más inquietante: una sola mujer, movida por una mezcla de odio, dolor reprimido y trastornos psicológicos, era capaz de ejecutar una ola de asesinatos con precisión y sigilo.

El 25 de enero de 2006, Juana Barraza fue finalmente detenida en flagrancia, tras asesinar a su última víctima, Ana María de los Reyes Alfaro, de 82 años. Fue sorprendida saliendo del domicilio, y testigos dieron aviso a la policía. En su bolso llevaba un estetoscopio, herramienta que utilizaba para fingir ser trabajadora social o enfermera y ganarse la confianza de sus víctimas.

Durante el juicio, Juana confesó varios de los crímenes y expresó un odio profundo hacia las mujeres mayores, sentimiento que, según los especialistas, tenía su raíz en la figura de su madre. Fue diagnosticada con trastorno antisocial de la personalidad, pero mentalmente capaz para enfrentar un proceso penal.

En 2008 fue condenada a 759 años de prisión, por el asesinato de 17 ancianas —aunque se sospecha que el número real de víctimas podría superar las 40—, convirtiéndose así en una de las asesinas seriales más letales de México.

La violencia doméstica, el abandono estatal, la desigualdad y el resentimiento acumulado son los males sociales que más afectan y el caso de "La Mataviejitas" dejó al descubierto los errores estructurales en la investigación policiaca y la forma en que el sistema falló tanto a las víctimas como a la victimaria en su infancia.

Hoy, Juana vive en el penal de Santa Martha Acatitla. Atrás quedó la máscara de luchadora, pero su figura sigue siendo un símbolo del horror. Las calles ya no tiemblan al paso de una enfermera falsa, pero el eco de sus crímenes aún resuena en la memoria colectiva.

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