Tomé del lavabo el pomito de crema de cortesía, puse una buena cantidad en mis manos y la calenté frotándolas un poco.
Toqué tu espalda con movimientos suaves y largos para calentar los músculos; deslicé, froté, amasé. Dejé que mi cabello rozara suavemente tu espalda y, mientras sobaba tus hombros, acomodada sobre ti, dejé que mis pezones hicieran ligeros surcos por la piel de tu espalda.
Trabajé en tu cuello, hombros, espalda y piernas con una presión gradual, movimientos rítmicos y uniformes con la palma de mis manos, los pulgares y los dedos.
Tus músculos en tensión poco a poco fueron relajándose. Te pedí que te voltearas y comencé a masajear tus piernas con movimientos suaves y relajantes, subiendo despacio por tus pantorrillas.
Cuando comencé a masajear tus muslos y conforme subía, vi que bajo tu bóxer crecía una erección deliciosa.
La tomé con mis manos y comencé a masturbarte mirándote a los ojos. Gemiste. Subí un poco para darte un beso sin dejar de dar masaje a tu miembro erecto.
Estiré mi mano libre para alcanzar un condón y te lo puse con la boca. Acariciaste mi pelo y el lóbulo de mi oreja, antes de que me incorporara sobre tu miembro y me empalara mirándote a los ojos.
Me doblé de nuevo para darte un beso y así, con nuestras lenguas ensortijadas, comencé a cabalgarte suavemente, con la cadencia del mar, con mis manos en tus hombros los seguí masajeando mientras te montaba. Sentí cuando te viniste. ¿Verdad que doy buenos masajes?
Hasta el jueves, Lulú Petite.