Nos quitamos la ropa mutuamente. Me puse de rodillas cuando bajé su cremallera y, bajo su bóxer, sentí ya endurecido su miembro. Lo saqué y lo miré con atención. Erecto, venoso, palpitante, duro, oscuro en el tallo y claro en el glande. Lo masturbé un poco mientras buscaba un condón.
Se lo puse y, en cuclillas, comencé a chupársela. Alcé la mirada y me encontré con sus ojos lujuriosos.
Puso su mano enorme en mi mejilla y me acarició con suavidad, sintiendo su miembro entrar por mi boca.
Yo lo miré con su gesto firme, con mirada fruncida, una vena en la frente y el bigote tupido. Olía a sexo y a perfume. Lo estábamos disfrutando.
Me llevó a la cama mientras terminamos de encuerarnos con prisa. Me abrió las piernas y entró en mí con urgencia. Sentí como su miembro me llenó toda. Y al moverse eran tan ricos los espasmos que me provocaba, que mis gemidos los oían las gaviotas que cuidaban su barco en el mar.
Nos vinimos riquísimo varias veces. Pasamos la tarde entre sexo e historias de mares y puertos. Cuando me despedí y él se disponía a dormir, puso en su teléfono, junto a la cama, un audio con el sonido de las olas del mar. Dice que, sin eso, no puede dormir.
Hasta el martes, Lulú Petite.