"Sus besos eran deliciosos, sentí sus embestidas feroces y deliciosas", por Lulú Petite

Querido diario: Hace poco más de cinco años conocí a Luis; él tenía 29 años. Recuerdo esa tarde en el motel, me recibió con una sonrisa y mucho entusiasmo. En donde trabajaba, varios me leían y, de texto en texto, le fue ganando la curiosidad de tenerme.

Una tarde, después de cobrar un extra por un buen negocio de la empresa, decidió darse algunos gustos, uno de ellos fue coger conmigo.

¿Cómo te explico? Un hombre joven y entusiasta como Luis siempre va ponerte una buena cogida. Sus besos eran deliciosos, sus manos en mis senos, nuestra piel desnuda, nuestros cuerpos tibios y acoplados. Sentí sus embestidas feroces y deliciosas. Cogimos tan rico y de tantas formas entre el delirio de las ganas y el placer de la lujuria que, cuando llenó el preservativo con un chorro de esperma hirviente, nos tumbamos rendidos.

Luego nos pusimos a platicar. Me contó que trabajaba de ayudante en una empresa, a donde entró cuando terminó la prepa, que los dueños le tenían ley y que le estaba yendo bien. Por eso, se dio el gustito. Me contó también que, con el resto de su lana, se iba a comprar una consola de videojuegos.

No sé qué mosca me picó, pero lo confronté, le pregunté si le parecía eso un buen proyecto de vida. “¿No estás muy grandecito para ocupar tu tiempo libre en videojuegos? Tienes la edad y condiciones para superarte”, le dije.

Ayer me contrató de nuevo. No para coger, sino para contarme. Aquella conversación le caló. Esa semana se inscribió en la escuela y, sin dejar su trabajo, hizo la carrera de contabilidad y está ya cursando una maestría. Ya tiene un cargo directivo. Me llamó para darme las gracias.

A veces lo que falta —me dijo— es un empujoncito. Otras, que te piquen el orgullo...

Hasta el jueves, Lulú Petite