El vato feo que es una fiera en la cama, por Lulú Petite

Querido diario: Ni siquiera me gustas, pero ¡carajo!, ¡qué rico lo haces! Me choca tu cara pedante y tus modales de chivo en cristalería, pero… me encanta tu miembro.

Me encantan tus brazos macizos, tus manos toscas y venosas, tu espalda ancha, tu cuello musculoso y, sobre todo, la forma en que te mueves cuando me estás haciendo el frutifantástico.

Caliente, soy, como una condenada estufa, pero no de las que prenden con cualquier cerillito pedorro. A mí me prendes con soplete, pero ya que entro en combustión, soy dinamita.

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A ratos, me pongo flojita y dejo que hagas piruetas con mi cuerpecito, que me pongas en posiciones extremas que me hacen sentir orgullosa de la elasticidad de mi cuerpo y la docilidad de mis articulaciones. 

Me encanta ver mis piecitos bandereando sobre tus hombros, mis pezones en tu boca y mi cuerpo volar en el aire, mientras es penetrado salvajemente.

En otros ratos, me encanta cabalgarte, recargar mis manos en tu pecho, pellizcarte las tetillas hasta que chilles y darte duro. Eso sí, después de nuestro negocio, cada chango a su mecate, tú a lo tuyo, yo a lo mío y si te veo ni te conozco. 

No lo tomes personal, así es este negocio, por tu bien y por el mío. No sé si eres soltero, casado o juntado, pero qué oso si te saludo y andas con tu vieja ¿no?

El caso es que, después de hacerlo y ya alejados del motel, nos topamos en el Viaducto. Tráfico lento. Te vi en el coche de al lado, pero ¿para qué mentirte? Hice como que no.

Ah, pero ahí vas tú, tocando tu bocina y saludándome con entusiasmo. De esas que no dices “trágame tierra”, por miedo a que sí aparezca un socavón. En eso, por andar saludándome sin ver al frente, ¡zaz! le diste un llegue al coche de adelante.

Me sentí apenada por ti y por el del otro coche. Bajé a preguntar si todo estaba bien. Llamaste al seguro, todo se arregló y nos fuimos a cenar. Ya no me choca nada de ti. Nos hicimos amigos. De los que tienen relaciones, pero amigos.

Hasta el jueves, Lulú Petite