Lulú Petite confiesa a que cliente no le cobraría por su servicios

Querido diario: Cuando vi tu foto de perfil en tu mensaje de WhatsApp pensé que era choro, pero igual fui. Todavía recuerdo el tibio sabor a menta de tus besos, tus manos calientitas recorriéndome la piel, tu sexo duro penetrándome, tus brazos sosteniéndome, tu cuerpo embistiéndome con lujuria, con ganas de dejarlo todo en esa cama, como un huracán furioso.

Antes de escribir esto, me senté en la sala de mi casa, encendí el televisor y allí estabas. En un servicio de streaming. Sonreí mientras te miré en el televisor. No eres el primero ni serás el último. Me pasa más a menudo de lo que imaginas que me llame gente que sale en la televisión.

No sabes las veces que he visto programas de televisión, o he hojeado revistas y me topo con vatos que ya me he penetrado.

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Actores, periodistas, políticos, deportistas, comediantes, empresarios, de todo. Del ámbito que te imagines, ya me he dado. Casi al grado de poder llevar un tipo álbum Panini de güeyes a los que me he cogido: Este ya, este ya, este también, este lo tengo repetido, este no, este ya.

Me estremezco mientras recuerdo tus besos. Qué bien te la sabes. Usas la lengua, pero también las manos, la cara, los movimientos.

Un beso, a pesar de la opinión popular, no se da con la boca, se da con todo el cuerpo y, sobre todo, con algo intangible, con pasión. Tú tienes una lujuria que enloquece.

Nomás porque es mi chamba, pero chance en otra circunstancia, ni te cobraba. 

Estás chulo y coges rico, ¿qué más se puede pedir? Igual, para ti es mejor así, sexo sin compromiso. Liquidado al contado, sin escándalos ni romance. Al chile.

Igual, has de saber que, aunque nunca hable de ti, aunque el pago incluya mi amnesia, no he de volver a verte con los mismos ojos, pero tu secreto está a salvo. 

Así es este negocio, se cuenta el pecado, pero sin quemar al pecador.

Con el deseo sincero de que pasen una maravillosa ‘noche buena’ y una amorosa Navidad.

Hasta el martes, Lulú Petite.