“Comerse una y otra vez mi virginidad, un ardiente negocio redondo”, por Lulú Petite

Querido diario: ¿Te cuento un secreto de la época en que trabajaba en una agencia? Has de saber que lo que más prende a un señor que paga por sexo es comprar la virginidad de una chavita. La virginidad se cotiza caro. Lo sé por experiencia ¿Sabes cuántas veces vendí mi virginidad? ¡Un chingo!

Era uno de los mejores trucos del hada, mi jefa. Escogía a las que nos veíamos más morritas y, como una maga, nos enseñaba a hacer el abracadabra. Yo, en ese entonces, no tenía este chicharrón y con lo bajita que soy, me veía chavititita.

Si llegaba un cliente nuevo de mucho varo o uno que pedía específicamente a una virgen, el hada ponía cara solemne, lo llevaba a un privado y con seriedad de sepulturera, le explicaba que tenía a una chava muy joven y nuevecita, hija de familia, que estudiaba en la prepa y que estaría dispuesta a venderle su tesorito si él pagaba un buen precio. Eso sí, todas éramos mayores de edad.

Se acordaba el costo. Era un costo alto para un servicio promedio, pero muy bajo para tratarse de una virginidad legítima. El cliente se iba creyendo que había hecho el negocio de su vida, imagínate, se iba a ponchar a una virgen a un precio no tan alto, algo así como diez veces lo que pagaba por una chava con kilometraje recorrido. Del pago una parte iba para el hada y la otra para la chica. Aún dividiéndola, realmente era muy buena lana.

Al encuentro yo llegaba vestida con el uniforme de la escuela. Hacía ojitos de miedo y me ponía temblorosa. Me le quedaba viendo al cliente como si fuera el lobo feroz. Yo, en mi papel de caperuza, le pedía con la mirada que me la metiera despacito. Que no me lastimara.

Tú dirás: ‘la virginidad sólo se vende una vez ¿Cómo es que la vendiste muchas?’ Todo el show estaba bien montado y listo para venderle al cliente la fantasía perfecta. Era fácil. Te platico, pero el jueves. Hoy ya hablé mucho.

Hasta entonces, Lulú Petite

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