"Le puse el condón con la boca y me monté en él despacito", por Lulú Petite

Querido diario: Me abre la puerta un caballero de más de 70 años. Cabello absolutamente blanco en las sienes y la nuca, el coco sin una sola pluma y una muy bien recortada barba freudiana.

Un tipo guapo, vestido de manera impecable: traje gris, chaleco rojo, camisa blanca, corbata negra y un pañuelo en la bolsa del saco.

Conversamos un poco. El hombre estaba contando los días. Desde hace más de un año, cuando todo esto comenzó, ha estado encerrado en su casa a piedra y lodo.

Viudo y jubilado, sus hijas se han hecho cargo de que no le falte nada en la casa, pero ya la prisión domiciliaria lo tenía al borde de la locura.

En toda su vida, jamás ha sido dependiente ni tiene el menor interés de buscar romances. Dice que disfrutó su matrimonio, pero a cierta edad buscar sustitutos en la viudez es más un síntoma de soledad, que un acto de amor. Es su opinión.

Eso sí, dice que amor y sexo no son lo mismo y ¡ah, caramba!, como extrañaba coger. Apenas se cumplió el plazo en el que su segunda vacuna lo daba como inmunizado y lo primero que hizo fue llamarme.

Tomó las llaves de su coche y sin avisarle a las hijas se fugó al motel y me llamó. Estaba tan caliente cuando nos vimos, que parecía un adolescente. Igual me lo llevé despacito.

Se recostó desnudo en la cama y yo lo acompañé avanzando en cuatro, deslicé mi mano por su vientre y, mientras besaba su pecho, comencé a masturbarle. Sentí cómo crecía en mis manos.

Me quité el sostén y le planté un pezón en su boca. Comenzó a manosearme toda, a succionar con ánimo, mientras su sexo cobraba rigidez.

Le puse el condón con la boca y me monté en él despacito. Se vino rápido. Era mucho tiempo y muchas ganas guardadas.

Creo que se fue contento. Prometió que iba a llamar pronto, en cuanto pueda volver a escaparse de los cuidados de las hijas.

Hasta el martes, Lulú Petite