“La vez que me poseías con ese abrigo negro”, por Lulú Petite

Querido diario: Tengo un abrigo negro, largo. Lo usaba hace tiempo para un cliente que me pedía llegar a su habitación con nada más que ese abrigo y mis tacones.

Abría la puerta, me recibía y sin hablar mucho, metía la mano por la botonadura de mi abrigo y buscaba mi entrepierna. Era bueno cogiendo. Una vez me lo hizo contra la puerta. Apenas cerró la puerta, me atrapó contra ella y comenzó a besarme y a desabotonar mi abrigo, me pidió un condón, se desabrochó el cinturón, se bajó la bragueta y se puso el preservativo sin darme escape. Me empujó con suavidad contra la puerta, abriendo apenas el abrigo, separó mis piernas y me la metió de un golpe. Era tanta la prisa, que comencé a disfrutarlo. Una teta se salió de mi abrigo y él de inmediato la atrapó en sus labios. Se comía mis pezones, mientras me la metía con tanta fuerza que me levantaba del piso. Nos venimos riquísimo.

La última vez que lo vi fue hace como tres años. A veces pasa así, algunos clientes te llaman mucho por una temporada y, de pronto, se desaparecen así nada más. Aquella vez cogimos con calma, en la cama, desnudos. Bebimos nuestros besos, compartimos caricias y me hizo el amor suavemente. Yo no sabía que era una despedida.

Hoy encontré en mi armario ese abrigo y lo saqué, con mi ropa de otoño, para enviarlo a la tintorería. Revisé las bolsas y me encontré en la izquierda, perfectamente doblados, un paquete de billetitos y una notita de mi cliente: “No sé despedirme, ya no podré verte. Me voy a casar”. Me dio gusto por él y sonreí. El dinero, además, me cayó de perlas.

Hasta el jueves, Lulú Petite