RELATOS ERÓTICOS
“Estaba algo gordo, pero qué rico estuvo”, por Lulú Petite
(Foto: Archivo, El Gráfico)
Querido diario: Era un hombre inmenso. Alto como muro y gordísimo. Sus muñecas eran del tamaño de mis muslos y sus manos, enormes y rechonchas. Tenía el cabello rizado y algo largo, la nariz chata y la piel morena, estuve a nada de darle un ukelele y pedirle que cantara “Over the rainbow”. Gotas de sudor coronaban su frente, pero olía rico, a perfume.
Debió notarse mi asombro cuando abrió la puerta y miré hacia arriba buscando sus ojos en la cima del rascacielos que era su cuerpo.
Sonrió, me extendió la mano y se presentó con cortesía. Se sentó en la orilla de la cama y me pidió que hiciera lo mismo. Estuvimos platicando un rato, hasta que puso su mano sobre mi muslo y me dio un beso en la mejilla.
Respiró entonces hondo, como queriendo que mi aroma llegara hasta el punto más recóndito de su cerebro.
Entonces, se puso de pie y comenzó a desnudarse enfrente de mí. Me quedé sentada unos momentos, impávida. Desde la cama se veía aún más descomunal. Como un oso enorme a punto de cogerse a una conejita.
“No querrá treparse encima de mí, me dejaría aplastada, como un dibujo en las sábanas”. Pensaba yo, cuando él, ya desnudo, se me paró enfrente, con su miembro a la altura de mi cara.
Algunas veces, no sé por qué, las personas muy gordas tienen el pito chico, no era su caso. Su pene era de bastante buen tamaño y lo tenía paradísimo, apuntando hacia mi boca. Le había dado unas cuantas chupaditas cuando sentí el golpe en el condón de un chorro incontenible de leche. Él gimió satisfecho y a mí me vino a la mente un comercial:
— Señor búho, ¿cuántas chupadas hay que dar para llegar al chiclocentro de Tutsipop?
— Averigüémoslo: 1… 2… 3…. ¡Tres!
Hasta el jueves, Lulú Petite