—¡Cógeme! —te susurré al oído apenas pude despegarme de tus labios.
—¡Cógeme! —te repetí resoplando mientras me arrancabas el vestido a jalones.
Te vi desnudarte. Desabotonarte la camisa, quitar las mancuernillas a las mangas, vi tu pecho firme y velludo, tus brazos fuertes, tus antebrazos duros y marcados.
Olías riquísimo. Tu mirada de demonio seguía enloqueciéndome cuando te quitaste el pantalón. ¡Carajo! Yo con lencería sexy y tú ni calzones traías.
Nomás saltó del pantalón tu miembro enorme. Cabezón, venoso, duro como arma, tibio como pan, terso como caricia y delicioso como todo buen pito. Me lo metí a la boca y comencé a chupártelo con tanto entusiasmo que tuviste que pedirme que parara. No querías terminar así.
Me tumbaste en la cama y abriste mis piernas. Paseaste entre ella tu erección deliciosa. Me encantó sentir el roce de tu miembro en mi piel. Gemí de placer cuando supe que estabas a punto de metérmela.
Te vi a los ojos. Me perdí en esa mirada de diablo. Puse mis manos en tu espalda y sin perder tus pupilas te sentí entrar completo.
Cada milímetro de tu carne se hundió entre mis muslos provocándome un placer difícil de describir. Quise gemir, pero sellaste mi boca con tu beso.
Nuestras lenguas bailaban mientras tu cadera acribillaba mi sexo con acometidas deliciosas. “¡Qué rico te mueves!” Grité y me perdí contigo entre las sábanas. Salí tan contenta y satisfecha. Apenas puedo creer que, además, me pagas.
Hasta el martes, Lulú Petite