Se hizo tarde manejando así que buscó un hotel y me llamó. Estaba nervioso. Era la primera vez que estaría con una mujer, además de su esposa. Igual cuando llegué estaba caliente y encorajinado.
Hacía meses que no cogía porque a Rebeca la encontraba indispuesta o fría. Ahora entendía por qué. Me desnudó con prisa, sacó su miembro y me lo clavó en la boca con urgencia.
Luego me tomó de las corvas y levantándome las rodillas abrió mis piernas y, después de comerme el sexo deliciosamente, me cogió con tanta fuerza y calentura que me provocó dos orgasmos. Se vino a chorros y se tumbó sobre el colchón, todavía con el condón puesto y la mirada perdida en el techo.
Entonces me contó su historia. Después de coger, llamó a alguien de su oficina, pidió que prepararan el finiquito de Francisco y avisó que se ausentaría unos días.
Había estado ahorrando una buena suma para llevar a Rebeca a Europa a celebrar su décimo aniversario. Con ese dinero me pagó a mí dos horas de servicio, hizo la transferencia a un abogado para solicitar el divorcio y se pagó un viaje para él solo a Ámsterdam. Diez días.
Si cuentas mi historia en el Gráfico, por favor, usa nuestros nombres verdaderos”, me dijo cuando nos despedimos.
Y hela aquí. Para lectura de ustedes y, ¿quién quita?, de Rebeca.
Hasta el martes, Lulú Petite.