Un dios melancólico

07/02/2020 12:35 Roberto G. Castañeda Actualizada 12:35
 

Hubo un par de veces más en la que estuve a punto de colgar los tenis. El día que casi morí ahogado no sucedió nada de película: ni desfiló mi vida en instantes, como tampoco vi un resplandor celestial. Sólo fueron minutos angustiantes, de tremenda desesperación. Finalmente pude resistirme a la corriente del río y salir del agua. "Gracias a Dios", dijo mi madre cuando se enteró.

"Gracias a Dios que estás bien" también comentó mi jefa aquella vez que sufrí un secuestro express. Cuesta trabajo creer que esa deidad a la que mi señora madre alaba tenga tiempo de echarme una manita, mientras abandona a su suerte a un chingo de niños en una guardería o en manos de pederastas. A lo mejor pasa que no puede atender tantas llamadas de auxilio al mismo tiempo y es entonces que mueve los hilos al azar.

Pero prefiero pensar que en realidad somos atendidos por un ejército de deidades imperfectas, unas más volubles que otras. Y por eso he optado por creer que un practicante, un aprendiz de dios me ha concedido un permiso para seguir cometiendo errores. Pero otro dios con vocación de burócrata lleva un registro, meticulosamente archivado, de todas mis pifias y llegará el día en que cobrará hasta los recargos. Y no, no creas que esto es el tema para una discusión teológica. 

Sólo pasa que un dios esquizofrénico gobierna mi cabeza y a veces me dicta cosas que tal vez sonarán absurdas. Yo suelo creer que a un dios desempleado que tiene demasiado tiempo libre le da por ocuparse de mis asuntos en lo que encuentra algo más redituable. Y que también hay un dios bondadoso que me ha mandado a una mujer insuperable. Aunque hay épocas en que un dios bipolar ejerce su potestad para volverme más cretino que de costumbre. 

Pensándolo bien, puede suceder que un dios “pirata” o un dios Región 4 revuelven mis ideas y me orillan a escribir pendejadas. Y es en tonces que recurro al más bohemio de los dioses para darle cierta coherencia a mis palabras y que conecten con un poco de cordura, de Babasónicos por ejemplo: “Me caga que me expliquen/ cómo es el mundo/ si al final todos están equivocados,/ todos a la vez./ Y cuento las horas que no pasé a tu lado,/ son como hojas de un papel en blanco./ Y no quiero gritarte pero esto me tiene harto,/ hasta el punto mismo de odiarte y sonreír a la vez”.

Así que agradezco al comandante en jefe o al destino por mandarme este ejército conformado por dioses tan variados, por la ayuda recibida en los mejores momentos, en los peores pasajes. Y yo, que no suelo ser muy sentimental, le he agarrado cariño a ese dios alcahuete que me motivado a seducir a través de la palabra. Cómo no apreciar al dios honesto, a ese que no he permitido que venda mi alma ni mis principios a cambio de espejismos sembrados por un demonio traicionero. 

Yo sé perfectamente que el dios de las cosas triviales me ha complacido con pequeños lujos, con grandes delicias, con tremendas maravillas que de una u otra forma he aprendido a valorar. Mirando hacia atrás llegué a la conclusión de que por allí, algún día, le tocó cuidarme a un dios distraído. Por eso es que tengo momentos traumáticos que antes dolían y hoy sólo son recuerdos oscuros de un tiempo que es mejor olvidar. 

Ahora estoy convencido de que un dios melancólico está en mi bando. Y es por eso que me curo con mezcal Alacrán las ausencias y el veneno del rencor. Es por eso que mi amigo Jack Daniels me aconseja llamar a deshoras. Es por eso que me quedaron tatuados los labios de la ausencia. Quizá es por eso que reniego del recuerdo de tu cuerpo.

Pero mientras descifro que clase de dios tripolar es el que me guía en estos momentos, me entrego a los placeres mundanos y sigo los consejos de Joaquín Sabina, que insiste en ser un retratista de mis desvaríos: "Un dios triste y envidioso/ nos castigó/ por trepar juntos el árbol/ y atracarnos con la flor de la pasión,/ por probar aquel sabor".

Carajo, a ese pinche Sabina le tocó un dios realmente inspirado. Y eso siempre será de envidiarse. No como este dios despeinado, que fuma habanos mientras hace como que repara la maquinaria destartalada en mi cabeza.

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