Siete tristes crisantemos

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 23/05/2019 09:22 Roberto G. Castañeda Actualizada 09:48
 

Y qué es la muerte, sino un adiós irreversible. Ya lo ha dicho el escritor Carlos Fuentes: "Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos". Escribo estas líneas con dedos titubeantes, con la tristeza en la ventana, intentando recordar la sonrisa de los que se han ido. Unos antes, otros después: mi pequeña hermana Mónica, la abuela María, mi prima Sandra, el marido de mi madre, el abuelo Roberto que no me cargó en sus brazos. O los amigos entrañables como el buen Max, que se suicidó; como Reina, que acaba de fallecer en el hospital. 

La última vez que vi a Reina, hace poco más de un mes, me sonrió con una tristeza a medias. Como si lamentara que cada vez nos veríamos menos. Entonces yo no lo sabía, pero sus palabras amables fueron una linda despedida: “te ves muy bien, cuídate mucho”. Yo no la vi muy bien, la noté más delgada de lo habitual. Me pregunté mentalmente si seguiría tomando Coca-Cola a escondidas y preferí pensar que no. No la vi muy bien, pero qué iba yo a saber o iamginar que no la volvería a ver.

No la vi muy bien, pero qué diera por mirarla otra vez cargando a su ‘Titos’ o a su ‘Ani’ mientras baila una canción bonita. Qué carajos diera por volver a mirarla abrazando a la pequeña Azul o al 'Nené' o a su Amalia junto al lavadero. No sé qué diera por mirarla otra vez barriendo una y otra vez la sala, con sus ansiedades cotidianas, mientras Alba le apuraba para que ya se sentara a comer.

En verdad, con estas lágrimas asimétricas, quisiera verla de nuevo pidiendo su canción favorita de Sabina. Y contarle otra vez aquella anécdota de cuando me emborraché con Joaquín mientras él presumía que acababa de componer “Rosa de Lima”. Yo no sé qué diablos daría, tal vez lo que resta de mi alma buena, por volver a invitarla a comer y convencerla de nuevo de que yo trataría de hacer feliz a su hija. Porque en eso creo que sí le falle. Y sin embargo, nunca me reprochó nada. Por el contrario, me siguió queriendo igual. Por eso, por su bondad tan natural, es que la recordaré siempre con esas estrofa tan rabiosamente melancólica: “Si alguna vez he dado más de lo que tengo,/ me han dado algunas veces más de lo que doy,/ se me ha olvidado ya el lugar de donde vengo/ y puede que no exista el sitio adonde voy”.

No sé qué malditas diera por no llorar en vez de sonreír cuando la imagino sin poder pronunciar correctamente el nombre de Sherk o Bodiesponja. No sé, con un carajo, qué daría por abrazarla de nuevo en la próxima Navidad. Eso no será posible, Reina Rojas, pero te guardaré en este corazón estropeado que tanto se parecía al tuyo. Te guardaré con cariño, con esa imagen viva y cálida que siempre alumbró a los que en verdad te quisieron. Esa imagen viva que siempre le sonrió incluso a los culeros que no te trataron tan bien como merecías. 

Esa imagen viva que cantará en mis recuerdos una canción de nuestro Joaquín Sabina. Esa imagen viva que ahora toma de la mano a su padre Aníbal, que también se fue prematuramente al cielo. Salúdame a Dios, por favor, aunque dicen que el viejo barbón ya casi ni se ocupa de nosotros. Así pareciera. 

Escribo estas líneas mientras miro estos siete crisantemos, uno por cada año que dijimos ‘salud’ en las fiestas decembrinas: “Siete versos tristes para una canción,/ siete crisantemos en el cementerio,/ siete negros signos de interrogación”. Escribo estas líneas con mucho cariño, por lo bien que me trataste aunque no siempre lo he merecido.

Escribo estas líneas imaginando lo mucho que habrás pensado, desde esa cama de hospital, en tus herman@s y en tu madre, en tus hij@s y en los nietos que se quedarán huérfanos de tus abrazos y sonrisas. Escribo a destiempo, lejos de tu último suspiro, pero con el corazón columpiado por tu ausencia. Escribo con las palabras adaptadas del gran poeta Jaime Sabines: "Mamá por veinte o por treinta años,/ amiga de mi vida todo el tiempo,/ protectora de mi miedo, brazo mío,/ palabra clara, corazón resuelto./ Te has muerto cuando más falta hacías,/ madre, abuela, hija y hermana,/ pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño".

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