Mezclar el café con la furia

(Foto: Oscar Altamirano, EL Gráfico )

Al día 08/11/2019 10:27 Roberto G. Castañeda Actualizada 18:10
 

En verdad, no sé qué brebaje habré bebido cuando era niño, que me cambió la vida y me condenó a ser un completo inconforme: no me simpatizan los políticos, no me bastan los besos tiernos, detesto las películas cursis y me repelen las mujeres vacías y los hombres fatuos. No me gustan las reglas, no tengo ningún credo, maldigo a los pederastas con sotana, siempre voto con la mano izquierda y bebo como un marino recién llegado al puerto.

Mis amigos dicen que he cambiado demasiado y se rehúsan a convivir conmigo. Será que les parezco un cretino o un idiota, cómo diablos voy a saberlo. Hace unos días fui a buscar a Horacio a su oficina. Le propuse que fuéramos a comer o a tomar un café, pero argumentó que tenía una junta con uno de tantos licenciados del departamento jurídico.

Horacio me concedió unos minutos de su valioso tiempo. Se me quedaba viendo muy raro. Tal vez porque no me he afeitado en dos días, quizá porque combino el saco con jeans y Converse. Cuando me llevaba a la salida me preguntó si necesitaba algo, que si no se me ofrecía “no sé, un poco de dinero o lo que sea”. No. Fui tajante e intenté parecer ofendido: “En realidad yo venía a pedirte trabajo, aunque sea algo temporal”, comenté nomás por contrariarlo. Se detuvo un poco extrañado y dijo algo como “no te imagino en estas oficinas, usando corbata”.

¿En qué horrible momento me hice amigo de alguien como Horacio? Ahora lo recuerdo, fue en la universidad, cuando éramos unos parias. “Uy, mi hermano, no pensé que el talento necesitara vestirse de etiqueta para ser valorado”, repliqué. Le extendí la mano y antes de despedirse volvió con sus comentarios desafortunados: “¿Qué es lo que te ha pasado?”. Pude haberlo abofeteado. Lo miré como haría un tipo duro en las películas de gángsters. Antes de dar media vuelta le dije que “de cualquier forma siempre será un placer pasar a saludarte, aunque te hayas corrompido por dinero y poder”.

Afuera, en la calle, la llovizna lavaba el asfalto. Caminé hacia Reforma y me senté en una banca. Encendí un cigarrillo, procurando que no se mojara. La gente se me quedaba viendo muy raro. Yo mismo me sentía fuera de contexto, como casi siempre. Yo no sé qué triste brebaje habré tomado en alguna época de mi vida, pero últimamente no vive conmigo el optimismo.

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Aún tengo presente que en la universidad me consideraban un alumno destacado. A mí aquello no me parecía gran cosa, yo lo único que pretendía era escribir, escribir y leer todo el tiempo. Viajaba en metro, sonreía a los pordioseros y le pintaba bigotes a la propaganda de los presidenciables. Leía a Jaime Sabines como si fuera el profeta de los soñadores.

Desde entonces usaba jeans y converse desgastados, adoraba mi playera de Los Smiths aunque siempre apestaba a tabaco. Mi idea era publicar un par de libros. Ya he terminado uno, pero no ha de ser tan bueno porque sigue esperando su turno en el escritorio de algún admirador de Paulo Coelho. Y es entonces que vuelvo a pensar qué maldito brebaje me han dado, que no puedo escribir historias felices o aventuras románticas de vampiros modernos.

Al contrario, soy un iluso que narra las horas tristes de los desgraciados. Sí, no sé qué amargo brebaje me habrán dado  que sólo destilo rabia y coraje, con un poco de poesía para que repare las nostalgias.

Sí, caray, qué triste brebaje habré probado para haberme convertido en este hombre incorrecto. Porque soy especialista en defraudar todos los pronósticos. Aquí me tienen, inventando sueños imperfectos, caminando codo a codo con las secretarias, oficinistas, el estudiantado; lamentando la barbarie humana, deplorando el consumismo, compadeciéndome de los desprotegidos, queriendo que alguien me regale un poco de bondad con la mirada. Y mezclando el café con la furia cotidiana.

Mis amigos ya no hablan conmigo. Todos usan iPhones y viven para pagar impuestos. Alguien me contó que en una fiesta otro alguien dijo que yo me había vuelto loco. No sé si tenga razón o sea un invento. Sólo comprendo que soy distinto a ellos o viceversa. Claro, es más fácil para ellos decir que soy yo quien está loco. Yo imagino que algún brebaje raro habré bebido, que me ha vuelto un tipo nada ordinario y sí bastante complicado. Por eso mezclo el café con la furia cotidiana y las palabras de Mario Benedetti: No te rindas que la vida es eso,/ continuar el viaje,/ perseguir tus sueños,/ destrabar el tiempo,/ correr los escombros/ y destapar el cielo…/ Abrir las puertas,/ quitar los cerrojos,/abandonar las murallas/ que te protegieron,/vivir la vida y aceptar el reto,/ recuperar la risa,/ ensayar un canto,/ bajar la guardia y extender las manos,/ desplegar las alas e intentar de nuevo,/celebrar la vida y retomar los cielos".

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