La resaca de tu cuerpo desnudo

Manual para canallas, El Gráfico

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 24/01/2019 09:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 10:14
 

Hay que aceptar cuando no puedes lidiar con los nervios o con tanta incertidumbre. Hay que asumir que no estamos hechos de obsidiana. Hay que derrumbarnos a ratos y aceptar la fragilidad inherente a nuestra condición humana. Hay que dejarse abrazar a veces o llorar hasta dormir. Hay que aceptar cuando hemos sido imbéciles. Hay que reconocer cuando echas de menos o eres un perfecto idiota. Sólo hay que reconocerlo.
Por eso es que me declaro incompetente para entender por qué este país se hunde en la indiferencia, por qué se ahoga en oleadas de sangre. Me asumo un incompetente por no comprender que la muerte habla al oído de los adolescentes, de los desesperados.
Me reconozco idiota porque la tragedia merodea en cada esquina, en cada parque, mientras yo me yo me retuerzo en mis propios infiernos personales.
Me declaro un imbécil por no encontrar sentido a mis días, ni calma en mis noches. Me reconozco idiota porque me abruman mis defectos y me cuesta trabajo lidiar con mis inseguridades.
Soy rehén de mis propias fronteras y casi nunca llegó a ningún lado. Soy lo peor de mi padre y de mi madre, así que también soy muy poco lo que pretendo ser. Soy un perfecto imbécil y me escudo en los silencios para no gritar mientras me quemo.
Me declaro incapaz de armar una revolución que derroque a mis otros yo: a esos que me dictan locuras, al tipo rudo que a veces me gobierna, al hombre sensible que me soborna, a este cursi que me cobra la renta por anticipado.
Soy tan parecido a mí que a veces me doy miedo. Soy el espejo que me recuerda que esta barba habla de bipolaridades, de extremos que nunca se tocan, de días nublados y tardes lluviosas.
Me declaro inepto ante las cosas más simples, como el amor y las fiestas de cumpleaños y los abrazos cotidianos y un simple “te quiero”.
Soy el saboteador de mis propias promesas, de todo lo que postergo, de lo que a veces sueño, de lo que me queda a la mano, de lo que nunca podré alcanzar por más que me lo proponga.
Me declaro un idiota por renegar de mi futuro, por escribir mi epitafio cuando debería de pulir mi próximo libro de poemas.
Soy el perfecto inútil que maldice los noticieros, que colecciona poesía y archiva recuerdos y juega pókar con el destino a sabiendas de que acabaré en bancarrota.
Me reconozco carcelero de mis anhelos, el torturador de mis deseos, el tirano de mi lado malvado, el Maquiavelo de mi lado bueno, el terrorista de mis pocos momentos sanos.
Soy este pobre estúpido que ha jubilado sus sueños antes de tiempo, el torpe que no aprende a lidiar con el desamor, el usurero que esconde su corazón dentro del refrigerador, el miserable que ya no sonríe frente a su reflejo.
Me he titulado en cursos de verano, me he graduado como iluso, me ha doctorado en decepciones, y aún no encuentro mi vocación en un mundo regido por el dinero.
Soy mucho más de lo que he contado, mucho menos de lo que pretendo. Soy demasiado extraño, soy un ave de paso, un león rasurado; soy un pendejo, soy un libro sin final. Soy el tonto que te echa de menos, mientras tu diseccionas el esqueleto del amor que alguna vez me regalaste envuelto en celofán.
Soy un Volkswagen desahuciado, una máquina de café en la funeraria, soy un barco de papel bajo la lluvia, soy mi propia banda sonora en disco pirata, soy un gato tuerto de peluche, soy aquel oficinista con resaca.
Soy un idiota que se escuda en el sarcasmo. Soy lo que duele, lo que más odio, lo que detestas. Soy mi génesis y mi punto final. Soy una explosión de rabia. Soy como tú. Soy tan poco yo. Soy tan demasiado común. Soy un ojo abierto que mira hacia la nada. Me quedan pocas risas, nulas esperanzas. Sólo quiero ser menos vulnerable. Y es que la locura y la ansiedad se pasean desnudas y se turnan en mi cama con demasiada frecuencia.
Y encima, como describe Dante Guerra: “Traigo unos malditos nervios por tu ausencia/ y estas ganas de ahogar en mezcal / cada letra consonante de tu nombre./ Traigo esta pinche resaca/ que me dejó tu cuerpo quemante y desnudo,/ cada jueves y también los sábados/ a eso de las seis de la mañana”.
Me declaro incompetente para entender todo esto que me pasa. Me declaro imbécil por empeñarme en echarte de menos después de tanto tiempo. Me declaro un tonto por repetir las palabras de Julio Cortázar: "Y sé muy bien que no estarás,/ no estarás en la calle,/ en el murmullo que brota de la noche/ de los postes de alumbrado.../ Ni en los libros prestados,/ ni en el 'hasta mañana'".

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