La alquimia de tus labios

manual para canallas

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 20/06/2019 10:05 Roberto G. Castañeda Actualizada 10:15
 

Una voz en la radio receta canciones para el desamor, para las noches como alas de murciélago, para que masculles tu dolor en silencio.

Yo no tuve un hermano mayor que me familiarizara con Los Rolling Stones o AC/DC, ni mucho menos David Bowie o The Cure, pero desde niño tenía la radio al alcance mientras trataba de dormir en aquella litera que compartía con mi hermano menor. 

Yo no tuve un hermano mayor que me recomendara las canciones ideales para curarse el desprecio. Pero tenía la radio y desde entonces la música se volvió mi mejor compañera. La música ha sido el bálsamo, al igual que la poesía, cuando las cosas no caminan. 

Eso me encantó de Stephanie, su pasión por la música. Desde su mesa ella cantaba “Close To Me” en un tributo a The Cure y me gustó de inmediato. Estaba junto a Eréndira, que era la novia de un amigo mío. Yo llegué un poco tarde y en cuanto entré a ese barecito dudé que hubiera sido buena idea estar allí, no por el sitio sino porque la banda no me parecía muy buena. Celebrábamos el cumpleaños de Miguel, un cuate de la prepa, que no salía de ese tugurio cada fin de semana. Como sea, pedí una cerveza y lamenté que no estuviera realmente fría. Me quedé sentado, mirando a la gente que cantaba y se movía al compás de las canciones. Más tarde me presentaron a Stephanie me pareció bonita, aunque algo creída. Platicamos un poco, le invité un par de chelas, luego estuve hablando de dos o tres tonterías con Gerardo y su chava. Ya cuando me despedí, Stephanie me preguntó que si tenía Facebook y prometió que agregaría.

Pasaron varios días y casi la había olvidado, cuando Stephanie me buscó en Facebook. “Hola. Me caíste bien, aunque al principio pensé que eras un mamón”, fueron sus primeras palabras. Quedamos de ir a echar tragos y terminamos en mi casa escuchando música hasta la madrugada, mientras nuestras caricias se fueron familiarizando. Yo no sé que estaba buscando ella, con trabajos sé lo que necesito yo, pero de buenas a primeras nos volvimos refugio, ansiedad, fuego, cómplices de conciertos, delirio y éxtasis. Ella me contó que venía saliendo de una depresión, que su ex novio la engañó y “para no hacerte el cuento largo, no estoy lista para una relación”.

Yo no quería tampoco un compromiso, así que me pareció ideal que Stephanie y yo coincidiéramos de vez en cuando para incendiarnos y esperar a que algún día regresara Bowie a México para ir a verlo. A mí me gustaba la profundidad de su mirada, que albergaba señales de melancolía, pero lo que en verdad me hacía delirar eran sus piernas fabulosas. Era un poco dispersa, pero en la cama no conocía de fronteras. Y le encantaba Baudelaire, un poco Edgar Allan Poe y nada de Bukowski, así que su belleza se equilibraba con su intelecto, aunque a mi me hubiera importado un cacahuate que ignorara los libros. Al fin que no esperaba que me ayudara en mi tésis.

Pero en un buen día ella decidió que era mejor que quedáramos sólo como amigos, nada de amigos con derechos, porque un guitarrista de una banda le había “movido el piso”. La vi entusiasmada, como hace tiempo lo estuvo conmigo. Con razón los sábados siempre tenía compromiso, pensé yo. Le aconsejé que tuviera cuidado, que no se enamorara como idiota. Ella sólo sonrió.

Ahora sus ojos y sus piernas me frecuentan los insomnios, cuando suena The Cure en mi iPod o cuando miro la foto que me regaló entre un libro de poemas. Y he vuelto a pensar que las horas más grises son las más largas, las que no te dejan conciliar el sueño y te arrancan suspiros. 

Sí, las horas más tristes son las que parafrasea Dante Guerra: “Hubo un tiempo entre tus piernas,/ hubo un tiempo en que gemías mi nombre./ Hubo un tiempo en que te quería,/ en que besaba tu vientre y te estremecías./ Hubo un tiempo en que te habitaba,/ como se habita un refugio antiaéreo,/ y nada me hacía daño y nada me perturbaba./ Hubo un tiempo en que me besabas/ como si en ello hubiera alquimia,/ la fórmula para conservarte bella,/ la magia que te rejuvenecía./ Sí, hubo un tiempo en que eras mía,/ a todas horas y en cualquier lado./ Pero hoy es otro día, otra madrugada,/ y de aquel deseo y aquellos besos/ sólo me queda esta áspera amargura / de los que no quieren ser olvidados”.

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