Escondan su cobardía

manual para canallas

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Al día 13/06/2019 10:16 Roberto G. Castañeda Actualizada 17:48
 

Mi padre fumaba cigarros Raleigh, acostado y mirando al techo. Yo siempre lo recuerdo acostado. Llegaba de trabajar y se acostaba, encendía un cigarrillo y empezaba a maquinar planes de fuga. Bueno, eso creo yo porque al poco tiempo se esfumó. No dijo “voy por cigarros” y no regresó. No, sólo le dijo a mi madre que ya no soportaba esa vida. 

Y eso se traduce así: ya no aguanto tus reclamos, ni a esos cuatro mocosos, como tampoco dormir a tu lado, ni soporto tu voz, ni me gusta comer tus guisados. Y así sucesivamente. Y como en estos casos, los pretextos sólo eran una bomba de humo para tratar de ocultar algo que se traía entre manos.

La realidad es que mi padre estaba enculado, entusiasmado con una compañera de trabajo que le había sacado lustre a su vanidad. Además de acompañarlo en sus borracheras, ella lo trataba como-me-merezco, seguro pensaba Antonio. Y Antonio comenzó a llegar cada vez más tarde a casa, cada vez más ebrio, cada vez más insolente, como tratando de que mi madre se hartara y lo corriera. Porque como todo alcohólico, mi padre era manipulador y conmiserado: su plan era que mi jefa lo mandara al carajo para tener el pretexto perfecto y decir “no fui yo, fue ella quien tomó la decisión”.

Mi madre pensaba en cosas como “ni modo de correrlo a las tres de la mañana, pobrecito, dónde va a dormir”. Y un buen día, la amante puso un ultimátum a mi padre: o ella o yo. Y Antonio hizo una maleta con unas cuantas cosas y se marchó. Salió de la casa, no miró hacia atrás, ni nos dio un beso de despedida, ni soltó una lágrima al acariciarme el cabello. No, eso es una idea equivocada que te han inculcado las pinches telenovelas.

A mí no pareció afectarme al principio, porque cuando eres niño estás más ocupado en el fucho, en construir una casa en el árbol del baldío, en hacerte amigo de los perros callejeros, en saborear caramelos. Pero conforme pasaron los días mi madre lloraba con mayor frecuencia, consciente de que la partida de Antonio no incluía un boleto de regreso.

Y también, conforme pasaron los meses, mi jefa se volvió más neurótica, lo que se tradujo en menos paciencia con sus chamacos y más golpes porque no se ponían las pilas o rompían algún vidrio.

Mi madre sólo estaba asustada, estresada por mantener a cuatro chamacos que le recordaban lo miserable que era vivir en vecindades con baños compartidos. Y cómo no desesperarse, si el marido era tan feliz en otros brazos que le importaba un carajo si sus hijos tenían para el uniforme o necesitaban zapatos.

Mientras crecíamos tuvimos pocas noticias de Antonio. Nunca fue un padre para nosotros, porque se concentró en serlo para otros chamacos que no eran suyos. Luego nos enteramos que teníamos dos medios hermanos, a los que nunca he querido conocer. Y supe que la mujer corrió a mi padre, cansada de sus borracheras. 

OTRO ESCAPE

Pero él tenía otro plan de escape. Ya andaba con una mesera de la cantina que frecuentaba. Rentaron dos cuartuchos en un vecindario y se curaban juntos las resacas. Eso lo supe por mi hermano, que lo fue a visitar cuando convalecía de una operación sin importancia. Creo que Antonio sólo se ha dedicado a caminar en círculos, como todos los culeros que no festejarán un Día del Padre.

Reflexiono sobre todo esto porque anoche soñé que me avisaban que Antonio había fallecido. Y yo no soltaba lágrimas, ni le dedicaba oración alguna. Sólo colgaba el teléfono, miraba por la ventana y me entretenía mirando a mi vecina mientras paseaba a su perro. Si eso sucediera realmente, no acudiría al velorio. Eso lo tengo muy claro. Y no mandaré el pésame, ni una corona de flores. Y mis plegarias ya están reservadas. 

Tampoco no vestiré de luto, ni derramaré lágrimas falsas, porque soy un cretino y aún no lo he perdonado. Ya lo dice Dante Guerra: "Dónde estabas aquellos días,/ cuando me acosaban en la escuela,/ y me quitaban mi dinero del recreo./ Dónde carajos roncabas escarabajos,/ cuando los monstruos bajo la cama/ me provocaban escalofríos./ Yo no sé dónde diablos vociferabas/ tus habituales alardes de cantina,/ mientras yo apagaba las velas,/ de mi cumpleaños numero siete/ o me graduaba como universitario./ Yo no sé dónde carajos/ escondiste por años tu cobardía".

Google News - Elgrafico

Comentarios