Corazones de bisutería

(Foto: Archivo, El Gráfico)

manual para canallas poemas poesía

Al día 14/02/2019 09:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 12:20
 

"Pensaba en ti", me dijo. Mientras se casaba, Mariela pensaba en mí. "Por momentos venías a mi mente", me contó tiempo después. Se supone que era uno de los días más felices de su vida pero, como canta Joaquín Sabina: "Y, sin embargo/ cuando duermo sin/ ti contigo sueño". Yo sé que en algún momento, mientras el padre o el juez o quién los haya declarado marido y mujer, ella hubiera querido que fuese yo el tipo serio que estaba a su lado aquel día. Pero no fue así, nunca iba a ser así. Ella y yo lo sabíamos, siempre lo supimos.
Mariela y yo estábamos destinados al fracaso. Y aún así intentamos que lo nuestro funcionara. Ella era algo inmadura. Yo, bastante inestable. Ni ella era Summer Finn ni yo Tom Hansen, pero pasé mucho más de '500 días con ella'. Aprendí a amarla, con su caudal de imperfecciones. Aprendió a amarme, pese a mi incontables defectos. Vimos muchas películas, nos enamoramos como idiotas en una comedia romántica. Pero todo se acabó antes de que comenzaran a desfilar los créditos finales. Y el director debió ser pésimo, porque no hubo alfombra roja ni nada de eso. Sólo fui nominado en la terna de 'Peor actor en una película con pésimos diálogos'.
Ella se cansó de mí progresivamente. Y la entiendo. Yo renegaba del 14 de febrero y sus cursilerías. Y aunque Mariela decía que le daba lo mismo, yo sé que en el fondo suspiraba por las tarjetitas de San Valentín y esas bisuterías tan comunes. Cuando nos distanciábamos, varias semanas o un par de meses, ella bromeaba mandándome alguna canción de Juan Gabriel o José José: "Yo jamás sufrí,/ yo jamás lloré./ Yo era muy feliz/ o vivía muy bien./ Hasta que te conocí/ vi la vida con dolor./ No te miento, fui feliz,/ aunque con muy poco amor./ Y muy tarde comprendí/ que no te debía amar". Eso bastaba para que riéramos y nos reconciliáramos desde la noche hasta el amanecer, mientras ella musitaba que pasara lo que pasara nunca dejaría de ser el hombre de su vida.
Mariela fue espectacular en muchos sentidos. Ya el hecho de soportarme le confería gran mérito. Le fallé un par de veces, de pensamiento, palabra obra u omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Vale madres. Seamos serios. Ella debió marcharse para siempre. No quiso, aunque argumenta que no pudo. Y allí todo se torció. Mariela creía que algún día yo se la iba a pagar. Y se la cobró un sábado, hace años luz: Estoy saliendo con alguien de mi trabajo. Es alto, es guapo, quiere algo serio, te voy a dejar. Más o menos eso dijo. "Te habló bonito, va a dejar a su mujer, te va a poner casa y así", creo que dije.
Obvio que Omar la dejó muy pronto, sólo quería tirársela. Y Mariela optó por buscarme. Únicamente nos veíamos para escuchar a Sabina y follar como si nos fuéramos a separar para siempre. Así seguimos, como personajes de ficción, desnudos mientras sonaba eso de "y cuando vuelves hay fiesta/ en la cocina/ y bailes sin orquesta/ y ramos de rosas con espinas./ Pero dos no es/ igual que uno más uno/ y el lunes al café del desayuno/ vuelve la guerra fría/ y al cielo de tu boca el purgatorio/ y al dormitorio/ el pan de cada día".
Hasta que llegó el "indicado", según ella. Se casaron y nos olvidamos uno del otro. Más yo de ella, que Mariela de mí. Porque pensó en mí incluso en su boda. Yo sí le cumplí eso de que siempre sería el amor de su vida. El tal Marcos era un buen tipo, no lo dudo, pero bastante gris, sin chiste. Y yo sabía que no serían felices, por mucho que lo presumieran en Facebook o en sus estados de WhatsApp. Pero ellos sí lo creían, hasta que se divorciaron y ella se quedó con la criatura que se llama igual que ella.
Y es que dice Dante Guerra: "La felicidad nunca es/ el ramo de flores en San Valentín,/ ni un corazón de bisutería./ El verdadero amor se encarna / en el alma y en el pensamiento,/ como un tatuaje de tinta sangre,/ como un maldito aneurisma/ que genera dolores de cabeza". Como un estribillo que repetirás hasta el fin de los tiempos: "Y si te vas, me voy por los tejados/ como un gato sin dueño,/ perdido en el pañuelo de amargura/ que empaña, sin mancharla, tu hermosura". Pinche Joaquín Sabina, es un cabrón. Siempre tiene la razón. Igual que yo.

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