Vaquerita de rodeo

Sexo 31/01/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:49
 

Querido diario: En la lengua de Juan Luis había el leve rastro de la copa de tequila que se tomó antes de desnudarnos. No atiendo a clientes que estén borrachos. No se les para y son impertinentes, pero a muchos les gusta tomarse un chupi mientras esperan. Una copa, no empeda, nomás entona, así que eso está muy bien.

Él estaba sentado, apoyaba su espalda contra la cabecera. Yo, de rodillas sobre la cama, con los muslos rodeando sus piernas y besándolo. Cuando me apretó las nalgas con suavidad, le sonreí contra los labios machucados por los míos, torturados debajo del ataque de mis dientes.

Juan Luis me tenía atrapada con un abrazo apretado por la cintura, de manera que mis tetas quedaban apoyadas suavemente sobre sus pectorales, y además mis pantorrillas ya habían encontrado un lugar calentito de pura piel para juntarse con las suyas.

El calor que irradiaba este hombre era fantástico, y todos estos puntos de contacto entre su carne y la mía también lo eran. El mejor, sin embargo, era el de mi mano contra su rígida pieza.

Tenía su miembro palpitando entre mis dedos, imaginando que pronto iba a tenerlo instalado entre los muslos. Los apreté muy juntos y con emoción por la anticipación del momento. 

Un instante después ya me tenía encaramada sobre él, y otro instante más la puerta de mi vagina le recorría la punta del pene, recubierta por el brillante preservativo, con un remolino en la cadera y besos húmedos esparcidos al azar, en su boca, en su pecho, en sus mejillas. Él apretó los muslos y me penetró de golpe, como un fierro en mantequilla. Sentí de inmediato el subidón de placer que me había aflojado todos los músculos.

—Así... —murmuré sin imprimirle coherencia, concentrada más bien en la manera en la que me lo estaba metiendo entero.

Qué delicia. Me cogió, montado sobre él, como si fuera yo una vaquerita inexperta, sobre un toro de rodeo, sin ningún tipo de miramientos, y menos tomando en cuenta que me estaba haciendo temblar de placer.

Y no me soltó hasta que nuestros cuerpos lo exigieron. Juan Luis se enderezó igual de entusiasmado que yo, cuando por fin grité, desesperada, por un orgasmo fulminante, que me partió la espina dorsal con un destello de electricidad. Me gustaba esa expresión boquiabierta de satisfacción en su rostro, y se lo acaricié mientras, después de mi goce, tomaba asiento de nuevo arriba de su erección. Juan Luis llenó el preservativo, mientras sus besos, sabor a tequila, se comían mi boca.

Hasta el martes, Lulú Petite

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