¡Todo en mi boca!

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 27/06/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 13:34
 

Querido diario:  Mi cliente estaba sentado al borde de la cama cuando yo me senté sobre él, metiendo una mano entre los dos para ubicar su erección justo en mi entrada. Hasta me deleité un rato con inyectarle suspenso al placer, manteniéndome en alto con los pies hundidos en el suelo, para así rozarme los labios de la vulva con la cabeza de su pene, de arriba abajo para aumentarnos la temperatura del cuerpo. Él gruñó de impaciencia a mis espaldas y los dedos que me enterró en las caderas fueron mi señal para ya dejarme caer sobre su pieza. Los dos estábamos más que calientes ya.

Lo conocí en el elevador. Yo iba saliendo de otra cita y él, buscando con quién. Otra chica le había quedado mal y ahora andaba caliente y sin pareja. El destino nos puso al mismo tiempo en el ascensor y el resto fue cosa de ponernos de acuerdo.

La habitación se nos llenó de mis gemidos y de los ruidos que se le salían a él cada vez que me comía su pene a sentadas. Caramba, qué profundo me llegaba en esa posición. Me impulsé de adelante hacia abajo una y otra vez, en lo que conseguí un ángulo que me daba justo en el punto que yo quería. Perdida, cerré los ojos en medio de ese vaivén caliente, permitiéndole a mi compañero que se adueñara de una de mis tetas, mientras su erección se hundía continuamente en mí. Y cómo no, si ya para ese entonces él podía hacer lo que quisiera conmigo.

Mi pezón derecho quedó encerrado entre las pinzas de su dedo medio y anular, y a mí me recorrió un subidón de electricidad mientras él me pellizcaba ese sensible montículo. Jadeando, con la boca entreabierta, me detuve un instante para menearme en círculos arriba suyo, disfrutando de la combinación de su pieza enterrada en mí y el estímulo de sus manos tocándome en todos los lugares correctos. Él mantenía su otra mano entre mis muslos, para dejármelos abiertos, y el calor de esa caricia tan posesiva e íntima a la vez, me prendía un montón.

Fue con esa mano que subió hasta mi abdomen para tumbarme arriba de él, movimiento que me tomó por sorpresa. Lo recibí con un grito ahogado que pronto se volvió uno de placer, cuando me inmovilizó arriba suyo, abriéndome muy bien las piernas para darme desde abajo. Allí me descontrolé, temblando y gritando a la vez, gimoteando de la mortificación. Era un calor desmedido el que él estaba encendiendo en mi sexo. Me había puesto a vibrar con una ronda de embestidas duras y seguidas, que parecían no tener fin ahora que estábamos espalda con pecho, jadeo sobre gemido.

Estaba tan cerca de venirme que ya un cosquilleo intenso se paseaba por todo mi cuerpo. Él se hundió en mí con una última embestida profunda que me hizo arquearme arriba suyo, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Fue un orgasmo fulminante, cuando recuperé fuerza apenas pude rodar fuera de su pecho para regresar a él en cuatro patas.

Él me sonrió desde su posición recostada en la cama, pero fue rápido en apoyarse sobre los codos para besarme en los labios. Compartimos un beso largo y luego bajé con los labios por su pecho, hasta que mi boca se topó con el valle de su vientre.

Me hice con su erección agarrándola en un puño desde la base, el condón resplandeciente por mis fluidos. Me la llevé a la boca sin dudar, envolviéndolo con el suave guante que era la cara interna de mis mejillas. Entonces comencé a chupar, moviendo la cabeza de arriba abajo para comerme toda su longitud hasta donde la garganta me lo permitiera. Lo único que le quedó por hacer a él fue rendirse ante mí, dejando caer la cabeza sobre las sábanas mientras mi lengua se encargaba de incentivar esos deliciosos gemidos que soltaba de vez en cuando. Lo sentí, cuando hizo un puño con las sábanas y todo su cuerpo se puso rígido. Entonces, lo sentí llenar el condón, con su sexo en mi boca.

Hasta el martes, Lulú Petite

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