Querido diario: Cuando se abrió la puerta me recibió un hombre joven; de unos veintitantos años, delgadito y muy alto. De cabellos chinos y alborotados, pecas en las mejillas, lentes de pasta y sonrisa nerviosa, temblaba un poco y sus manos estaban heladas. Se le notaba la timidez por todos lados.
Sonreí y pasé dándole un piquito en los labios. Lo tomé del brazo como una noviecita y lo acompañé adentro. Nos quedamos de pie, mirándonos a los ojos, entonces comencé a besarlo. En principio reaccionó pasivo, dejándose besar, pero luego se puso más intenso y empezó a manosearme con cierta torpeza. Le pedí que bajara el cierre de mi vestido, dándole la espalda. Él lo hizo lamiéndome el cuello. Bajó el zipper y metió su mano por mis costillas hasta apretar mis senos mientras el vestido caía al suelo.
Bajé entonces mi mano a su paquete y ¡Oh, oh! Allí adentro había un culebrón tremendo. Le bajé la cremallera y saqué su herramienta. Un pene rosa, enorme, con las venas latiendo potentes, me arrodillé y cerré mis deditos alrededor de su tallo grueso, alcanzando uno de los condones que había dispuesto sobre la cama. Acaricié sus testículos grandes y duros y le puse el condón mientras metía su miembro a mi boca.
Empecé a chupar con buen ritmo, pero apenas empezaba, cuando él gimió y disparó un chorro de leche al condón, aún dentro de mi boca. Me pedía disculpas, apenado por no haber podido durar más. Sonreí y le expliqué que no tenía importancia. Me lavé y me recosté a su lado.
Estábamos platicando cuando vi que su miembro estaba de nuevo paradísimo. De inmediato lo tomé en mi mano y comencé a masajearlo. Él me dio un beso. Me acomodó boca arriba y lamió mi sexo con torpeza. Yo en realidad lo quería sentir ya dentro. Abrí un condón, se lo puse y le pedí que me cogiera.
Con mi manita dirigí su miembro a mi sexo. Lo sentí hundirse a fondo y comenzar a moverse ¡Ah, qué delicia! Sus arremetidas torpes y bravas tocaban puntos que me hacían temblar de placer. Tuve un orgasmo y me abracé a él apretándolo, jalándolo de sus nalgas hacia mí para meterlo más. Entonces él también se vino. Nos quedamos abrazados, disfrutando ese instante eterno del placer absoluto.
Hasta el martes, Lulú Petite