Sentí su miembro golpearme la garganta profunda

Querido diario: Sentía tu miembro golpearme el fondo de la garganta. Tus dedos se metían entre mi cabello y marcaban el ritmo al movimiento de mi cráneo mientras te devoraba entero.

Yo estaba sentada, al filo de la cama y tú de pie. Mirándome fijamente. Levanté la mirada. Vi tu torso desnudo, el pelo en tu pecho, tus tetillas rosadas, tu piel blanca, tu sonrisa perversa, tu cabello rizado y tus pupilas incendiadas. Mirando cómo tu pene desaparecía en mi boca.

Mirando cómo mis tetas rebotaban por tus acometidas salvajes. Yo sólo mantenía la boca abierta y, ensalivando mi lengua, dejaba que tú hicieras la mayor parte del trabajo.

Ahora te monto. Estoy en cuclillas, de frente a ti. Veo tu carita. Tu mirada igual de intensa. Siento tu deseo. Tomo tu miembro y lo masturbo un poco antes de apuntarlo entre mis piernas y sentarme en él. Va entrando. Siento un dolorcito rico cuando me penetras y comienzo a moverme con cuidado.

Subo y bajo con mis rodillas en el colchón y tu sexo en mi vagina, me muevo con fuerza. Gimo. Tus manos tocan mis pechos, aprietas mis pezones. Sigo montándote —Qué rico te mueves— Me dices. Eso me anima más y sigo moviéndome, sintiendo tu pene en mi interior provocarme un placer tremendo.

Caigo a tu lado. Me desplomo boca abajo. Acabo de sentir un orgasmo trepidante mientras te cabalgaba. Mis muslos no podían moverse más. De plano, fue tan intenso el calambre del placer que no pude seguir montada, caí a tu lado como una pieza inerte.

Tú te incorporaste, separaste mis muslos, embarraste mis propios jugos en mi abertura y así, boca abajo e inmóvil, me penetraste de nuevo. Yo me quedé quieta, sin mover ni un músculo. Y tú me penetraste con fuerza.

Sentí el peso de tu cuerpo, tu pecho sobre mi espalda, tu falo abriéndose paso en mi vagina empapada. Sentí cuando bombeaste y los chorros tibios que llenaron el condón. Tu respiración en mi nuca. Tu orgasmo. Qué simple es el sexo y qué delicioso.

Hasta el jueves, Lulú Petite