Se autocomplacía

Sexo 25/09/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 13:11
 

Querido diario: La habitación del motel tenía un bonito espejo de madera frente a la cama, con una televisión de pantalla plana que puede girar 180 grados para ver hacia el baño, aunque eso sí, tan pequeñitas, que apenas caben los amantes, amándose. ¿Qué más podías pedir? Donde hay cama y ganas.

A Rafael casi siempre lo veo allí y estábamos comiéndonos las bocas como previa a una prometedora cogida.

Quedé sentada a la orilla de la cama y me abrí de piernas para abrazarlo con mis muslos (¿apiernarlo?). Como me gustaba su manera de besarme y la forma en que empujaba contra mi entrepierna ese bulto enorme con el que me rozaba por arriba de la lencería. 

Me fui con los dedos por el camino de los botones de su camisa y los desabroché a ciegas, hasta que alcancé el del pantalón, que también sucumbió a mis dedos. Él tampoco perdió el tiempo. Lo sentí acariciarme la espalda hasta que se topó con lo que quería, sin más ni menos, el broche de mi sostén.

Mis tetas rebotaron un poco cuando fueron liberadas del sostén. Él las miró sonriendo, como un hambriento mira un bufet. Me amasó los pechos y me los apretó mientras lamía mi piel erizada.

Estaba muy caliente, pero lo que terminó de soltarme los gemidos fue darme cuenta que se estaba chaqueteando, los gruñidos que salían de su pecho y sus manos frenéticas jalando su sexo, me encendieron la electricidad en las piernas. Él bajó entonces a chupones por la línea de mi ombligo y dejó de masturbarse un instante para sacarme la lencería mojada.

Gemí, me eché hacia atrás y apoyé la cabeza contra la cama. La meneé de lado a lado mientras este hombre recorría el canal hinchado de mi vagina a punta de besos húmedos, desde mi entrada sensible hasta mi clítoris. Se lo llevó a la boca con un chupón largo que me obligó a retorcerme y le apoyaba un pie en la espalda, abriéndome otro poquito de piernas como para invitarlo a quedarse en ese rincón al que tanto le hacía falta su boca. 

Sin embargo, cuando se separó un segundo de mí para encajarse el preservativo, lo que sentí repicarme en las pantorrillas fue un alivio tremendo. Lo recibí con un abrazo apretado cuando regresó, ahora de pie para ubicarse entre mis piernas abiertas. Lo atrapé con un lazo por la pelvis, mientras me arrastraba por las caderas hasta el mismísimo borde del orgasmo.

Se me fue el aire. Estaba tan mojada que se adentró en mí fácilmente con un solo empujón. A mí se me separaron los labios con un grito ahogado. Luego vinieron los gemidos en tropel, y él se los bebió todos a punta de besos, cogiéndome lentamente. Agradecí que me concediera esta tregua para asimilar la intrusión de su tamaño entre mis caderas estrechas.

Fue breve. La desesperación volvió y pronto él deshizo el lazo de piernas que tenía yo atado a su pelvis, se pasó una por el hombro y se echó hacia adelante. Era mi turno de gemir. Cerramos la tarde viendo tele y reposando unos fantásticos orgasmos.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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