Quería a Manuela

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 07/02/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 10:03
 

Querido diario: Encontré mi lugar en el centro de las piernas abiertas de Manuel, un cliente al que veo a menudo, así que separé igualmente las mías, flexionando las rodillas con el único fin de invitarlo a acercarse a mí. Se acomodó el preservativo a lo largo de la longitud de su erección que, de sólo verla me provocó una seguidilla de escalofríos por la columna. De un largo, digamos que promedio, pero especialmente gruesa y venosa. De esas que se antojan. Me gusta coger con Manuel.

Él se agarró a mi cintura con ambas manos y yo clavé los pies en la cama para ayudarlo a alzarme. Aterricé sentada arriba de su erección, gimiendo mientras bajaba por todo el largo de su miembro hasta que se perdió por completo adentro de mí. Me ensarté solita.

Eché la cabeza hacia atrás, aferrada a sus hombros con las uñas, disfrutando plenamente de esa presión que ejercía el tamaño de aquel hombre en mis caderas. Las paredes de mi vagina se cerraron alrededor de él como un guante, obligándolo a jadear debajo de mi cuerpo caliente. Fue de pura necesidad que comencé a mecerme arriba suyo, primero despacio y luego con fuerza, encorvada e incapaz de frenar los gemidos que se me escapaban cada vez que la cabeza de su miembro chocaba deliciosamente contra algún punto importante en mi interior.

—Muy bien... —lo oí murmurar, entre otras cosas que no logré captar del todo, con una voz ronca que me incitó a gemir de nuevo. Mientras tanto, una de sus manos se había hundido en mi nuca para invitarme a reclinarme hacia atrás. Arqueé la espalda al tiempo que mis uñas se paseaban sobre sus costillas, casi tan delicadamente como sus besos ahora me recorrían la piel de la clavícula. Fue un placer comprobar que no iba a detenerse allí. Me mordí los labios con un toque de desespero mientras los suyos se cerraban alrededor de mi pezón, arropándolo con la lengua para mandarme derechito al borde de un orgasmo.

Él se quedó un rato más ahí, tal vez disfrutando el efecto que sus chupones tenían en mi cuerpo, pero me dejó caer sobre la cama en lo que me sintió vibrar con el subidón de placer por el clímax. Manuel se apoderó del ritmo y aferrado a mi cintura se empujó con fuerza adentro de mí, montando mi orgasmo a punta de embestidas fuertes, firmes, bien dadas para que el placer no me dejara ni pensar. Por supuesto que estallé alrededor de él.

Lo recibí todo con una sonrisa boba, todavía temblando a consecuencia del orgasmo, mientras mis manos, que se habían aflojado mucho, trataron en vano de aferrarse a su espalda. Pero él siguió bajando, primero por entre mis pechos y luego por la línea de mi ombligo, dejando una estela de piel erizada a su paso. El vientre se me agitó con un salto cuando me abrió las piernas y me arropó los labios hinchados con la lengua. Lamió mi clítoris sin ningún tipo de reserva. Dios mío, qué forma de llevarme al segundo clímax.

Quería cogérmelo, devolverle el placer que me había provocado, pero él me detuvo. Me pidió que me acostara a un lado suyo, se quitó el condón y, mientras se comía mi boca a besos, comenzó a masturbarse. Le di mi mano, sin dejar de besarlo y le ayudé en esa tarea. Apenas se la jalé unas cuantas veces y brotó un chorro de leche, tan fuerte que le cayó en el pecho. Así es a veces, lo que Manuel quería, era una Manuela.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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