¿Qué se siente?

Sexo 04/10/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 10:23
 

Querido diario: ¿Qué se siente ser puta? Me preguntó un cliente. Un señor, cuarentón, de bigote y lentes con armazón de pasta que, al parecer, estaba interesado en mi experiencia como terapeuta sexual. Extraña pregunta. Quería saber qué se siente llegar a una habitación de un motel, llamar a la puerta, que te reciba un desconocido y, así como así, se abra paso entre tus piernas, te meta el miembro, invada tu intimidad y, claro, pague un justo precio por el favorcito. No supe qué contestarle, así que, para no filosofar, me lo cogí.

Quedé con la cara aplastada contra las sábanas, prácticamente incapaz de sostenerme ya con los codos cuando, en un principio, pensaba que tenía dominada la posición de perrito. Pero estaba tan ida que me dejé caer, gimiendo casi por instinto.

Me tenía en cuatro arriba del colchón, y los calambres del orgasmo ya me encogían los dedos. Pero no terminaba de llegar. Él se aseguraba de que no sucediera. Cada vez que me sentía venirme, se retiraba y espaciaba las embestidas con una lentitud predeterminada y ruin, que honestamente me encantaba y me enloquecía a partes iguales. Cuando por fin me viniera, los de la habitación de al lado se iban a enterar.

El choque de sus testículos contra mis nalgas resonaba como una música que llevaba el mismo compás que el rechinar de la cama y mis gemidos. —¿Qué se siente?— preguntó él de nuevo. No respondí, me mojé los labios con un estremecimiento, incapaz de controlar los espasmos de mi propia carne. —Dame más —le supliqué tratando de espiarlo por arriba de mi hombro, y me gané un dulce beso. Vaya, salió torturador pero cariñoso. Aterricé sobre el colchón con un ruido sordo. Me había soltado otra vez para salirse de mí por completo, y de paso asegurarse de que mi culo permaneciera en alto. 

Aquello era toda una proeza, considerando que ya no sentía las rodillas. Pero de igual forma él me agarró por las caderas a mano firme, arrastrándome un poquito hacia el borde de la cama, y procedió a abrirme más de piernas para dejarme expuesta y a su merced.

Cuando puso su cara entre mis muslos, un escalofrío que subió por la columna, en lo que sentí el roce de su aliento tibio directamente contra mi sexo. A duras penas fui capaz de levantar el rostro para gemir, y no pude decir más porque mi compañero me encontró el clítoris con la lengua.

Me los recorrió de abajo hacia arriba con una lamida larga y pasional, y yo me retorcí debajo de esa caricia que me quemaba. Mis piernas cedieron acalambradas, ya exhaustas después de tanta tensión, y él tuvo el gesto misericordioso de dejarme caer. Me lo juntó todo en la parte de atrás de la cabeza para sostenérmela en alto, luego metió una mano entre los dos para ubicar la punta de su erección en mi entrada. "Ahora sí", me susurró al oído, sellando la afirmación con un beso en mi hombro. Y cuánta razón tenía.

—¿Qué se siente? —Me preguntó por última vez. Ser puta no es un sentimiento, ni una sensación, no es que lo sienta, es sólo que lo hago, a veces me gusta, a veces no. Es mi trabajo, pone el pan en mi mesa. Así que respondí lo primero que me vino a la cabeza: 

—Rico.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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