No es que me guste el sexo, es que lo necesito

Querido diario: ¿Qué si me gusta coger? No es que me guste. Lo necesito. Que, además, cobre por hacerlo es fantástico.

Cómo no me va a gustar sentir los dedos de un hombre hurgar por mi cuerpo, los besos de un desconocido recorrer mi piel, beber en mi boca, sentir su lengua lamer mi vientre, hurgar mi ombligo, recoger los jugos entre mis piernas, abrir mi vulva, besar mi clítoris.

Cómo no disfrutar el extraño poderío de empuñar su erección, medirla, masturbarlo un poco, imaginar qué se sentirá tenerla adentro. Palpar la textura, el largo, el grosor, percibir el aroma a macho excitado, sentir en el dorso de mis dedos masturbadores la humedad ácida de su lubricación. Ponerle un condón con la boca, lamer su glande, sentir las venas palpitantes, la erección sólida.

Escuchar los sonidos del sexo, los tronidos, las succiones, los besos, los gemidos, las respiraciones aceleradas, los muelles del colchón, las pieles que chocan, los quejidos, la penetración, los bramidos, las exclamaciones.

Cada cogida es tan parecida y, al mismo tiempo, tan única. Cómo no gozar cuando un hombre brama y sientes en tu interior su miembro hincharse, las estocadas, el sexo bombeando, la leche llenando el condón, disparada a presión, con la fuerza de huracán que la naturaleza puso en el sexo.

Pero, sobre todo, cómo no deleitarme, cuando después del intercambio, de las caricias por todo el cuerpo, de los besos, de la penetración, del faje, llega ese momento en el que tu espíritu abandona el cuerpo, la vista se nubla, cierras los ojos y sientes ese disparo fulminante por la espina dorsal que provoca placer en cada molécula de tu excitado cuerpo.

¿Qué si me gusta coger? No es que me guste ¡Carajo! Lo necesito.

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Hasta el jueves, Lulú Petite