Me hizo el delicioso y todavía lo siento en las entrañas

Querido diario:  ¡Uf! Ojalá todas mis citas fueran así. Voy llegando a casa y aún puedo sentirte dentro, como si tu miembro siguiera bombeando mis entrañas. 

Abrí mi computadora pensando en la cogida que acabas de darme y no pude resistir el impulso de escribir sobre ti y volverme a poner tan cachonda como me tenías hace unos minutos.

Apenas entré y sentí tu vibra sexosa, lujuriosa, morbosa. Tu mirada libidinosa desnudándome como si tuvieras rayos equis en las pupilas. Te lamiste los labios sabroseándome de una manera que no se sentía agresiva, sino atractiva. Como si con el puro gesto pudieras advertirme que me venía un cogidón memorable. Bajé la mirada y tu erección, tremenda, ya se notaba bajo el pantalón.

Te acercaste a mí y casi sin mediar palabra, comenzaste a manosearme ¿Qué tienen hombres como tú, que saben tocar tan bien? ¿Cómo te explico? Era como si me hubieras invitado a bailar al ritmo de la música de nuestros besos y gemidos.

No supe ni cómo nos desnudamos. Sólo que de pronto estábamos en la cama, sin nada más que nuestra piel. Tu lengua eran mil lenguas, recorriendo mi piel erizada de placer. Tu boca en mis pezones, tus manos en mis tetas, en mis nalgas, la forma de lamerme las partes más recónditas de mi cuerpo, antes siquiera de acercarte a mi vagina que ya te esperaba inundada, palpitando de deseo, hinchada deseando sentirte dentro. 

Cuando al fin tu dedo tocó ligeramente mi vulva, sentí un escalofrío que me atravesó como un rayo y multiplicó mi deseo al infinito. No te voy a narrar cómo me cogiste, porque cuando llegué y comencé a escribir esto, no esperaba que cuando alcanzara este punto en el relato, sonara el teléfono y escuchara de nuevo tu voz.

—Me quedé con ganas ¿Nos vemos de nuevo? —dijiste. Cerré la computadora y corrí a cogerte de nuevo.

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Hasta el jueves, Lulú Petite