Me gusta dura

Sexo 16/10/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:46
 

Querido diario:  Caminé hasta su habitación, toqué a su puerta. La entreabrió despacio. Asomó medio rostro, apenas un ojo, y fue como si me escaneara de arriba abajo.

—¿Joaquín? —pregunté.

Entonces abrió la puerta completa con una expresión entre la sorpresa, nerviosismo y agitación.

—¿Puedo pasar? —pregunté.

—Cla… Cla… Claro —tartamaudeó. La tele estaba encendida. Sus zapatos y calcetines estaban en el piso, perfectamente alineados con los pies de la cama. Joaquín estaba nervioso. Intentaba hacerme plática y al mismo tiempo miraba la tele sólo para evitar contacto visual. 

Joaquín es alto y delgado, de ojos cafés que, a contraluz, dan la impresión de ser ambarinos. Volteó su rostro y me miró a los ojos. Entonces hice un gesto pícaro, como alzando los hombros, dándole a entender que no fui hasta allí a ver tele. Pero cuando tomó el control para apagarla, lo detuve.

—Déjalo —dije casi como en un susurro—. Que sea nuestra música de fondo.

Me acerqué a él, para aliviar su nerviosismo y comenzamos a juguetear con la escasa distancia que acortábamos. Dirigí una de sus manos hacia mis tetas mientras le desabrochaba el cinturón.

—Primero tócame —le pedí.

Era torpe e indeciso al principio, pero no tardó en tomar la confianza necesaria y seguir sus instintos. De repente estábamos en la cama, haciendo que nuestros cuerpos se conocieran a medida que íbamos desnudándonos.

Su piel era rugosa, viril, velluda. Su quijada era prominente y dura, me gustaba, cuando hurgaba en mi cuello y en mi pecho para darme besos, lamerme y chuparme. La piel se me puso de gallina cuando puso su mano en mi entrepierna y empezó a rozar con sus dedos gruesos, sobre mi tanga, el botoncito rozagante de mi clítoris. 

—No pares —gemí.

Joaquín pasó de la timidez a la iniciativa. Me acostó como un coral sobre la cama y empezó a darme besos por todas partes sin dejar de masturbarme y estimularme con sus manotas varoniles. Se llevó uno de mis pezones a la boca y empujó su cadera contra la mía. Sentí el punzón redondo de su pene erecto, listo para perforarme. Se forró el tallo completito y embistió con su arsenal contra mí. Encajó la punta hinchada de su macana y con un leve empujoncito encontró el camino, húmedo y dispuesto, a mis entrañas.

Cuando lo enterró todo, empezó a menearse al ritmo de su deseo, haciendo rebotar sus bolas gordas contra mis nalgas. Mis gemidos se confundieron con sus gruñidos y el roce de nuestros pechos recreaba el gusto de nuestra cercanía Lujuriosa y encantada por Joaquín, repetí que no se detuviera, que siguiera cogiéndome así, más rápido, más duro.

Joaquín cumplió su cometido, y ambos llegamos al éxtasis.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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