Querido diario: Sentía cómo mi cuerpo respondía a su tacto, a sus caricias. Mis mejillas se ponían rojas y calientes y mi lencería comenzaba a empaparse.
Me besó y metió su mano bajo mi vestido. Subió la faldita acariciando mis muslos y metió sus dedos apretándome las nalgas con las manos directamente sobre mi piel. Cerré los ojos. No sé qué tiene este hombre. Es un buen cliente. No llama seguido, pero cuando lo hace me da mucho gusto porque coge divino. ¿Cómo te explico? Guapo no es, pero feo tampoco. Es de esos señores varoniles, con mucho encanto y personalidad. Me llamó ayer y pidió que nos viéramos a las seis y así fue. Hoy nos vimos.
Con mi falda levantada, él podía pasar su mano entre mis piernas, separando suavemente mis labios con sus dedos mientras su boca comía besos de la mía y jugaba lamiéndome la lengua deliciosamente. Le ayudé a quitarme los calzones.
Su dedito encontró rápido el camino para entrar en mi cuerpo. Estaba tan húmeda que resbalaba hacia adentro, di un paso atrás, lo besé de nuevo y le di la mano para llevarlo a la cama.
Nos desnudamos de camino. Metí las manos en el pelo de su pecho y bajé dejando un caminito de besos desde su cuello hasta su pubis. Él temblaba. Le puse el condón con la boca. Su miembro es tremendamente rico. No es enorme (de esos que lastiman), pero tampoco es pequeño (de esos que no llenan). Tiene una curvatura hacia arriba, la cabecita circuncidada, el grueso perfecto y siempre, siempre, huele a limpio. Me encanta. Apenas comenzaba a chupársela, cuando se acomodó en un sesenta y nueve. No sabes lo bien que ese hombre sabe comerme el sexo. Estaba muy excitada. Tanto que le rogué que me la metiera. Necesitaba que me cogiera.
Me monté en él hasta mi orgasmo, pero él siguió moviéndose provocándome un placer indescriptible. Me cambió de posición una y otra vez hasta que logró robarme un segundo orgasmo sobrecogedor. Gemía a gritos cuando lo sentí bombear su leche. Con su miembro aún dentro de mí, me abrazó y me dio un beso.
Hasta el martes, Lulú Petite
