Lengua traviesa

Sexo 23/07/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 09:20
 

Querido diario:  Luis es tierno y cálido. Me pidió verlo en la noche. Él venía de trabajar, con un traje impecable y un olor a colonia delicioso. Usa lentes y tiene una sonrisa dulce. Me tomó de la mano y me saludó con un beso suave en los labios, invitándome a pasar. El preámbulo fue breve. Al poco rato ya estaba yo encaramada sobre él, desnuda, disfrutando de su lengua.

Apenas mis rodillas se colocaron a cada lado de su cabeza, un corrientazo de electricidad me subió por la espalda. Dejé escapar un grito ahogado que se convirtió rápido en un gemido, y aun así me fue imposible dejar de temblar, maravillada con la magia de su boca presionada contra mis labios.

Su carita quedaba totalmente oculta por mi pelvis. A duras penas lograba verle el pelo, el cual llevaba muy cortito, y al cual me aferré con los dedos para montarlo como si su boca fuera el lomo de un animal. Era en parte su culpa, si tenía una técnica tan buena para comerme, ¿cómo la iba a desaprovechar? Empecé a sudar arriba suyo, lo cual era comprensible si considerábamos lo caliente que me ponía. Una nueva tanda de cosquillas y una presión incomparable me encendía el sexo cada vez que él me atacaba con una nueva lamida.

Es extraño cuando un hombre logra dar con mi clítoris tan rápido, él lo logró. Lo bueno fue que no desaprovechó la oportunidad. Al principio me daban escalofríos cada vez que su nariz se aplastaba contra mi clítoris casi por accidente, pero en cuanto empezó a mamar de este punto tan importante, una sucesión de convulsiones me atacó los omoplatos. 

Mandé al diablo todo lo demás al mismo tiempo que el orgasmo me atacaba como un latigazo caliente. Caer sobre la cama en ese estado es garantía de dos cosas: la uno es que necesitas otro orgasmo y urgente, y la dos es que estás a punto de conseguirlo.  Él se tomó apenas unos segundos para ponerse el preservativo, y luego se lanzó sobre mí como una bestia en celo. Las paredes de mi sexo se estiraron para recibirlo, y luego volvieron a contraerse alrededor de él, causando que él gruñera de placer cada vez que embestía contra mí. 

Cuando estaba por acabar una segunda vez, me di cuenta de que él ya no estaba tan misericordioso como antes. Mis manos todavía le acariciaban a ciegas la espalda, la caída curva hacia sus glúteos, pero lo importante fue el beso que me dio. Su lengua se enredó con la mía en un nudo igual de fantástico que lento, al igual que la manera en que ahora su pelvis arremetía contra mí, por lo que a duras penas fui capaz de alcanzar la conclusión de que él había decidido estirar el encuentro todo lo posible. Mientras siguiera besándome así… No había objeción alguna de mi parte.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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